Periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicació (URL).
Marçal Sintes
Periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicació (URL).
Las encuestas no son solo un termómetro
Los sondeos únicamente ‘toman la temperatura’ o ‘fotografían’, sino que también transforman la realidad misma que están calibrando
Comparten casi siempre la misma mesa en el comedor de una gran empresa tecnológica de Barcelona. Uno de los ingenieros pregunta en voz alta al sentarse: "¿Qué, ya habéis decidido a quién vais a votar?" Mientras algunos mueven la cabeza y otros miran al plato, hay uno que responde: “No lo sé, depende de las encuestas. Yo siempre me fijo en las encuestas antes de decidir. No soy de los que votan siempre igual”.
Son muchos, cada vez más, los que no votan automáticamente, es decir, que no votan siempre al mismo partido convocatoria tras convocatoria. El llamado ‘voto ideológico’, aquel que se manifiesta graníticamente fiel a una marca política, sea la que sea, va menguando, y tal vez algún día deje de existir o se convierta en muy minoritario.
Las encuestas son un componente curioso del proceso electoral. Ya que cada vez se hacen públicas provocan que multitud de ciudadanos, queriendo o sin querer, se cuestionen nuevamente su voto, e incluso lo acaben modificando. Teóricamente, los sondeos son el equivalente a un termómetro o a una máquina fotográfica. Están destinados a medir o retratar la opinión pública en un momento determinado, para, a partir de ahí, poder prever qué va a ocurrir luego, el día que se abran las urnas y los ciudadanos depositen su papeleta.
Sin embargo, cuando se hacen públicos sus resultados, el escenario mental a partir del que muchas personas deciden su voto cambia. El ciudadano recalcula los efectos de su apuesta en ese nuevo escenario que, a su vez, puede que varíe a la luz de los próximos sondeos. Por consiguiente, las encuestas no únicamente ‘toman la temperatura’ o ‘fotografían’, sino que también transforman la realidad misma que están calibrando. Se trata de una manifestación de lo que en sociología se llama ‘reflexividad’.
Todo ello con un añadido, que no se puede soslayar: los sondeos pueden acertar mucho, bastante, poco o nada. Y es lógico, ya que lo que ambicionan es, nada más y nada menos, que adivinar qué va a hacer en el futuro -el día de la votación- un electorado siempre dinámico, en cuyo seno se producen continuos cambios de parecer.
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