Limón & vinagre
Josep Maria Fonalleras
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Siri Hustvedt: el cartel que marca los límites de Cancerland

Si tuviéramos que resumir en pocas palabras su estilo, su forma de ser escritora, podríamos referirnos a la combinación brillante del relato de los episodios vividos y la necesidad de extraer de ellos algún tipo de enseñanza o moralidad

La escritora Siri Hustvedt.

La escritora Siri Hustvedt. / GTRES

No hace mucho, un par de años, cuando hacía la ruta de promoción de su último libro 'Madres, padres y demás: apuntes sobre mi familia real y literaria', Siri Hustvedt reconocía que todavía se tenía que enfrentar a las preguntas que la relacionaban con Paul Auster: "Sigue pasando, aunque es cierto que antes era más exagerado". Explicaba que era imposible que en una entrevista no apareciera el marido novelista, como si de su mentor se tratara, de la figura sin la cual Hustvedt no habría llegado a destacar. “Soy un caso muy curioso porque resulta que estoy casada con un escritor muy prolífico". Decía que durante cierto tiempo no rebatía el guion de los periodistas o de los críticos, hasta que se dio cuenta de que, de hecho, el establecimiento del vínculo literario basado en la relación afectiva, no era sino misoginia: “La he sufrido a lo largo de mi carrera, porque no entendían que mi trabajo era tan importante como el suyo”.

No creo que, en estos momentos, haya alguien que sea capaz de pensar o de escribir que Hustvedt se explica porque era la mujer de Auster. Nadie que la haya leído puede imaginar algo parecido. Entre otras cosas, porque Siri Hustvedt abarca un abanico de intereses intelectuales más extenso que el de Auster, a quien hemos conocido, sobre todo, por las novelas y por los ensayos sobre la propia creación. Ella, en cambio, resulta que no solo es novelista, sino que se ha convertido, por ejemplo, en una experta en neurología que publica sus reflexiones en revistas científicas. En 'La mujer temblorosa' explica el momento en que hablaba en un acto que homenajeaba a su padre, profesor de estudios noruegos. Empezó a temblar y notó cómo los brazos y los pies se movían sin control. Después, vinieron más ataques como este y ella misma decidió investigar su procedencia, de tal modo que se adentró en la disciplina como una especialista. "Es una de nuestras mejores novelistas", dijo de ella Oliver Sacks, "pero también es una brillante exploradora del cerebro y de la mente". Hustvedt afirma que "nos contamos historias sobre nosotros mismos para entendernos". Es, de hecho, el origen de la ficción: la necesidad de contar y explicarnos. Si tuviéramos que resumir en pocas palabras su estilo, su forma de ser escritora, podríamos referirnos a la combinación brillante del relato de los episodios vividos y la necesidad de extraer de ellos algún tipo de enseñanza o moralidad. O desconcierto. En las novelas, es ensayista y, en los ensayos, es novelista. Otro ejemplo: “Los misterios del rectángulo”, uno de sus primeros trabajos. Habla de arte, de la percepción de la obra, de la suspensión del tiempo en la contemplación del cuadro, de Goya y Morandi, de Vermeer y, cuando menciona a Giorgione, confiesa que la primera vez que vio 'La tempestad' (no en Venecia, sino en una diapositiva, en la clase de historia del arte, cuando tenía 19 años) experimentó “una respuesta física, un verdadero estremecimiento de asombro”. Y así en todo el libro, la interrelación entre vida, ficción y reflexión.

Hustvedt quiso ser escritora a los trece años. La familia se había trasladado a Islandia durante un tiempo y ella leía. El sol de medianoche no la dejaba dormir y aprovechó para empezar una práctica que se ha convertido en un rito, el de la lectura compulsiva. Leía con fervor. Se topó con 'David Copperfield', de Dickens, y entonces vivió una epifanía. Conmovida por la lectura, se levantó de la silla y contempló la ciudad en calma. Silencio. "Si los libros pueden provocar esto, yo quiero ser escritora".

Paul Auster falleció el 30 de abril a falta de dos minutos para las siete de la tarde. Siri Hustvedt, desde marzo de 2023, había sido lo que podríamos llamar la portavoz de la enfermedad, ese país que ella bautizó como "Cancerland”, un territorio “confuso, traicionero”. De vez en cuando, publicaba en Instagram la evolución del enfermo, su propia percepción de ese peso, del sufrimiento, del coche que atravesaba una carretera “sin poder llegar al cartel que marca los límites del país”. Nos habló del cáncer no con conmiseración, sino con la potencia poética de siempre. "La bondad es clave, la sonrisa de una recepcionista importa". Poco después de morir Auster, antes de poder comunicarlo al mundo, Hustvedt supo que los obituarios ya llenaban las redes. "Me han robado la dignidad de poder decirlo yo misma". Los “gritos 'online'” resonaban cuando el cadáver todavía estaba en casa. Un final triste para una muerte chéjoviana.

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