Desperfectos
Valentí Puig

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Escritor y periodista.

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Votar a media mañana

La sociedad catalana es –como mínimo- tridimensional, pero el 'procés' pretendía representar mayorías indestructibles

Una senyera, la bandera de Catalunya

Una senyera, la bandera de Catalunya

En circunstancias como las del 'procés' en Catalunya no hay solución total. En realidad, no pocos problemas similares han ido diluyéndose, sin una solución. La buena política consiste en tratarlo como problema mal formulado porque la secesión ha sido una de aquellas falsas soluciones que o no solucionan nada o lo empeoran todo. Si se espera que el recuento del domingo lo deje todo claro, lo más probable es que no sea así. A lo sumo, comienza una fase de estabilidad confusa o tal vez un bloqueo, a no ser que se intente de nuevo la secesión. 

Especular sobre quién es o no es catalán acaba siendo una manera de malgastar energía colectiva. Hay quien se siente muy catalán sin ser nacionalista, los hay que se consideran tan catalanes como españoles, otros son nacionalistas del mismo modo que otros no, también los hay que no quieren ser españoles bajo ningún concepto, los hay que son catalanistas nostálgicos y también los que se consideran ciudadanos de Catalunya, según la fórmula de Tarradellas.  

También hay quien no se siente ciudadano de ninguna parte específica, sino solo un individuo que paga sus impuestos y respeta los semáforos. Una mitad de la población de Catalunya es catalano-parlante y la otra es castellano-parlante. Y así sigue a pesar de la anomalía pedagógica de la inmersión lingüística. No existe en las alturas un tribunal supremo que puede dictaminar quien es o no es catalán. La sociedad catalana es –como mínimo- tridimensional, pero el 'procés' pretendía representar mayorías indestructibles. 

Se contraponen el carácter determinista del nacionalismo identitario y la noción de pluralismo crítico, la postura por la cual, si se busca la verdad, toda teoría -cuantas más mejor- debe admitirse en competencia con otras. Según esa tesis, el principio de fiabilidad constituye la base para una discusión racional: quizás yo no tengo razón, y quizás tú la tienes o tal vez estemos equivocados los dos. 

Ya antes de la muerte de Franco y del regreso de Tarradellas, el filósofo Ferrater Mora dice que el catalanismo cree que Catalunya “ha podido ser” pero “no ha sido”, una insatisfacción que revela algo de la propia realidad, pero sin que “romper los lazos” equivalga todavía a “los lazos están rotos”. También decía que el Estado funciona sobre un cuerpo orgánico donde han estado y están latiendo pulsos a muy distintos ritmos. Pero no lo consideraba una catástrofe porque “si se aprovecha como es debido, puede dar lugar a una fecunda simultaneidad que solo en apariencia es paradójica: la simultaneidad en el funcionamiento de la diversidad”. Ese fue el sentido de la Constitución de 1978. El primer Estatut aportó a la Generalitat competencias que el viejo catalanismo nunca hubiese imaginado. Después de votar el domingo, piezas más distintas pueden encajar: la sardana y el 'influencer' mundialista, los ciclistas dominicales en pelotón y perrear, el 'tortell' y las bebidas hipertónicas, ir a misa o dedicarse al parapente. Es el civismo con naturalidad tomándose un aperitivo, sea autóctono o trans-nacional.

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