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Josep Maria Fonalleras
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Pepe Mujica: galopar hacia dentro

Es aquí, en ese “aprender del dolor y de la adversidad” donde se fundamenta el exguerrillero tupamaro que acabó como presidente a los 75 años

José Mujica anuncia que tiene un tumor en el esófago

José Mujica pide a los jóvenes luchar por la libertad en esta civilización digital

José Mujica: "Latinoamérica tiene una gran deuda social"

José Mujica: "Latinoamérica tiene una gran deuda social" / EFE / Raul Martinez

Para conocer en una tarde la personalidad de Pepe Mujica pueden acudir a un programa doble de cine en casa. Primero, el documental que Emir Kusturica rodó desde 2013 y que se presentó en 2018 en el Festival de Venecia. Luego, un pequeño refrigerio, ligero, y un desentumecer las piernas para enfrentarse a la película de Álvaro Brechner sobre los doce años de cautiverio inhumano que sufrieron, entre otros, Eleuterio Fernández Huidobro (el Ñato), Mauricio Rosencof (el Ruso) y Pepe Mujica, miembros todos ellos del Movimiento de Liberación Nacional, los míticos tupamaros de los años 60 y 70 del siglo XX. En el documental – 'El Pepe, una vida suprema' – hay una escena en la que Mujica entra en un 'shopping center' que recibe el nombre de Punta Carretas. Es el mismo nombre que tenía la cárcel de máxima seguridad de donde él y otros cien detenidos escaparon en 1971, en la fuga, según la prensa de la época, que marcó un récord en la historia de las fugas de prisión. De hecho, no es que se llamen igual, sino que el centro comercial y la penitenciaría ocupan el mismo espacio, son el mismo edificio. Cuando Mujica contempla el escenario, rodeado de gente que le reclama selfis, dice con socarronería: “Bueno, hay pequeñas diferencias con lo que había sido”. Se acerca a una tienda de flores y se queja de que sean de plástico. "No son iguales que las naturales, pero, eso sí, duran más tiempo". También ríe por lo bajinis, porque él y su esposa, Lucía Topolansky, hace tiempo que cultivan crisantemos (“antes, cuando la gente iba a los cementerios, se vendían muchos”) en la famosa 'chacra' de Rincón del Cerro, la granja donde Mujica vive (incluso cuando era presidente), donde tiene los tractores y los Volkswagen escarabajos destartalados (símbolo de su austeridad) y donde recibe visitas institucionales y de eminentes artistas e intelectuales, como Noam Chomsky, por ejemplo, protagonista, con Mujica, de otro documental a partir de sus charlas.

En el filme de Kusturica, Mujica y Rosencof bromean de todo y explican qué pistolas utilizaban y dicen que, como tupamaros tuvieron que perpetrar acciones que, “francamente, eran delitos”, necesarias, sin embargo, para la supervivencia del movimiento, como atracar bancos (“era una cosa linda”) o inventarse un cortejo funerario de cartón piedra para asaltar todo un pueblo, la conocida como 'Toma de Pando'. Todo esto sucedía antes de que los tres activistas revolucionarios entraran en el túnel oscuro donde tuvieron que adentrarse durante doce años. El encarcelamiento descrito en la película 'La noche de doce años' es más bien un secuestro institucional itinerante por todos los calabozos del país. Celdas, cuevas, refugios húmedos e insalubres, silos y zulos. Es el relato escalofriante de 4.323 días y noches de reclusión y tortura, de silencio impuesto, de comida precaria y agua escasa. “Estuve siete años sin leer un libro, aprendí a galopar hacia dentro para no volverme loco”, confiesa Mujica. Esto es lo que pretendían las autoridades militares, que enloquecieran, que “quedáramos lelos”, pero no lo consiguieron. Y es aquí, en ese “aprender del dolor y de la adversidad” donde se fundamenta el Mujica que acabó como presidente a los 75 años. También el pícaro y mordaz, capaz de subvertir la experiencia hasta la broma y que explica cómo se bebían la propia orina después de dejarla reposar unos minutos, “porque así el ácido úrico quedaba al fondo, como un poso”.

También es el Mujica que ahora se enfrenta a un cáncer de esófago. Lo ha anunciado en una comparecencia pública de pocos minutos. Se encogió de hombros, levantó la mano como quien se despide y dio un toque en la mesa. "Al fin y al cabo, que me quiten lo bailao". Sin dramatismos, como si llevara tiempo preparando una noticia como esta. Hace poco, en un Foro sobre América Latina, dijo: "No soy otra cosa que un anciano con conciencia que se va, pertenezco a un tiempo que se va". O en el documental de Kusturica: "Hay que preparar el viaje de no retorno". Y cuando dejó la presidencia de Uruguay: “No me voy; estoy llegando”. Aún con una mata de pelo desordenado en blancos y grises, las permanentes cejas selváticas, anuncia un final: "la parca, esta vez me parece que viene con la guadaña en ristre” y recuerda a los jóvenes que “la vida es hermosa y se gasta y se va”. Como dijo de él, Kusturica, "es un héroe de la antigüedad". Cuando sea el momento, los crisantemos no serán de plástico, eso seguro. 

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