Racismo
Sergi Sol

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Periodista

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Soy currante

No es cierto que se escuchen más insultos racistas en los campos de fútbol. Ocurre que ahora no se tolera lo que antes estaba normalizado

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Vinicius Junior, con su selección.

Vinicius Junior, con su selección. / Oscar J. Barroso / AFP7 / Europa Press

No es cierto que el fútbol haya empeorado. No es verdad que las hinchadas sean más agresivas. Ni que se escuchen más insultos racistas. Acuérdense del presidente blanco, Ramón Mendoza, celebrando una Supercopa al grito xenófobo de ‘Polaco el que no vote’. Todo valía. Hasta esa desvergonzada imagen de todo un mandatario con los ultras. Que en paz descanse Don Ramón y el Altísimo se lo haya perdonado.

Ocurre que ahora no se tolera lo que antes estaba normalizado. En particular, los insultos racistas. A partir del caso Vinicius, hay un antes y un después. Pero no ha sido siempre así, por mucho que a menudo se cite al entrenador valencianista Guus Hiddink cuando ordenó retirar una esvástica fascista. Claro que luego no pasó lo mismo cuando en Valencia se jactaron de haber dado muerte al joven Guillem Agulló, asesinado de un cuchillazo por un fascista.

Ese es un caso extremo. Escandoloso por su crueldad. Pero existían unos hábitos, unas costumbres, una cultura del aficionado de los domingos en el fútbol. No eran gentes fascistas, como los Yomus en Valencia. Eran 'currelas'. Solo hay que recordar la letra de ‘Soy currante’ de Luis Aguilé, cuando decía aquello de ‘los domingos voy al fútbol pa’ gritar’. Y añadía ‘gran deporte para la cuerda vocal’. Era una justificación. Ir a la grada para desahogarse tras una larga semana laboral. Era una especie de derecho de la clase trabajadora. De ellos, en cualquier caso.

Se recuerda también a Eto’o. Precoz. Fue de los primeros. Entonces se discutió su atrevimiento. No intentó agredir a nadie. Solo dijo ¡basta! Y se lio parda. Otro episodio sería el de Eric Cantona con el Manchester United. También en los noventa. Pero no se largó como el barcelonista, saltó sobre un aficionado con una aeróbica patada que dio la vuelta al mundo. Hasta el penúltimo episodio, que no va a ser el último. El portero del Rayo Majadahonda, Cheick Sarr, aunque no dio patada alguna también se fue a por el tipo que le llamaba de todo. Saltó la valla y pareció estar dispuesto a resolverlo a golpes. Luego también -o eso pareció- quiso arremeter contra el árbitro que lo expulsó. Estaba fuera de sí. Legítimamente asqueado. Cierto. Es inadmisible. Es patético y triste seguir escuchando tanto odio. Como leerlo en las redes sociales, que a menudo son una cloaca.

¿Pero ese es el camino? ¿El de Cantona? ¿Resolver la agresión verbal con una agresión física? Con el pretexto de que al fascismo se lo combate, sin límite alguno. Porque si esa fuera la respuesta que avalamos, ¿qué les contamos a nuestros hijos cuando tengan un percance con otro alumno? ¿Que se tomen la justicia por su cuenta?

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