Agricultura sostenible
Andreu Escrivà

Andreu Escrivà

Ambientólogo y doctor en Biodiversidad. Autor del libro 'Encara no és tard: claus per entendre i aturar el canvi climàtic'. 

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La proximidad significa más que la distancia

El camino es apostar por dotarnos de todas las garantías legales y articular una normativa ágil y participada, dirigida al reconocimiento de la calidad, la procedencia y la singularidad de las producciones propias

Una persona comprando fruta en el mercado de la Boquería, en Barcelona.

Una persona comprando fruta en el mercado de la Boquería, en Barcelona. / EP

Cuando hablamos de la huella ambiental de la cesta de la compra hay una frase que siempre se repite: «La fruta y la verdura, de proximidad y temporada». La hemos escuchado tantas veces que no nos damos cuenta de lo que implica y de lo que falta. Para empezar, falta todo aquello que no está incluido en lo que pensamos cuando imaginamos «frutas y verduras»: agua, pescado, carne, sal, setas, quesos, legumbres, frutos secos, especies, cereales... Todo esto también puede ser, en mayor o menor medida, de muy cerca. Recordémoslo cuando vayamos a hacer la compra.

Pero la proximidad es mucho más que los kilómetros que recorre un alimento hasta llegar a nuestra mesa. Proximidad implica también temporada, dado que las estaciones (¡con el permiso del cambio climático!) son las mismas para nosotros y para lo que se ha cosechado cerca de casa. Una sincronía que nos permite saber que aquella fruta será de muy lejos, porque en nuestros campos los árboles todavía están en flor. O sencillamente que cada cosa tiene su tiempo y la espera aumenta el deleite, algo que parece casi una heroicidad en la sociedad actual, subyugada por un consumo acelerado y obsesivo.

En la proximidad entra también la dimensión humana: la posibilidad de imaginar (¡o incluso saber!) quién hay detrás de lo que estás cocinando, de conocer la geografía vital de una comarca que sale en los mapas del tiempo donde también estás tú. Consumir productos de proximidad, más allá de ahorrar toneladas y toneladas de emisiones de gases invernadero, es un acto que tiene una vertiente todavía más importante: nos conecta a la tierra, a los ciclos naturales, a las personas.

Pero todo no es tan bonito como lo estoy escribiendo, ni mucho menos. Este es el marco, pero la realidad va unos pasos por detrás. Proximidad no significa poder hacer lo que queramos con la tierra o los cultivos con la excusa de que, como son los de casa, todo vale, y ya se lo hará el resto. Significa reivindicar aquello que hace singular y único el territorio y sus frutos. El camino no es equipararse con otras zonas de producción con regulaciones más laxas y sin las mismas garantías, erosionando la identidad y las buenas prácticas autóctonas. El camino es apostar por dotarnos de todas las garantías legales y articular una normativa ágil y participada, dirigida al reconocimiento de la calidad, la procedencia y la singularidad de las producciones propias.

Mejorar el uso que hacemos del territorio y de los recursos es fundamental para la transición ecológica, y la agricultura y la ganadería juegan un papel absolutamente capital.

La transición hacia una Catalunya más saludable, biodiversa, próspera y habitable necesita del impulso y la complicidad de quien trabaja en una parte extensísima de su territorio. Bienvenidos sean los sellos de calidad y los certificados de origen, más bienvenido todavía el acto de preguntar en el mercado y en la tienda por aquello que estamos comprando, de curiosear en los escaparates, de rechazar aquello que, cuando no está en temporada, no toca comer. Ya le llegará el momento, y lo hará aquí al lado.

Suscríbete para seguir leyendo