Partidos políticos
Joan Tardà

Joan Tardà

Exdiputado de ERC.

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Supervivientes hoy, victoriosos mañana

ERC y PSC están condenados a competir para dilucidar a quién corresponde liderar la etapa que se abrirá con las elecciones de 2025, pero sin alimentar la política de bloques y vetos cruzados

El líder de ERC, Oriol Junqueras, en un acto de partido

El líder de ERC, Oriol Junqueras, en un acto de partido / Andreu Dalmau / EFE

Los medios de comunicación han asignado a Sánchez la consideración de "superviviente", atributo que ha sabido convertir en signo de firmeza política. Basta con que presida uno de los pocos gobiernos socialdemócratas de Europa para que se relacione la supervivencia con una anomalía positiva. Revalorizada todavía más porque no se prevén cambios a mejor. Al contrario, todo apunta a que las elecciones europeas evidenciarán la intensidad del fantasma reaccionario que recorre el continente.

Supervivencia del sanchismo gracias al atrevimiento de haber enviado al trastero al felipismo, de haberse tragado el sapo del Gobierno con Iglesias y de haber digerido un pacto con ERC y Bildu, sabiendo que se incrementarían las contradicciones entre su Gobierno y varios sectores del aparato del Estado. Es decir, que el 'deep state' y el poder judicial se girarían en su contra para hacerlo descarrilar.

De aquí que la consideración positiva del término superviviente aplicada al sanchismo como sinónimo de valentía política pueda extenderse también al junquerismo. A Oriol Junqueras como presidente del partido que supo leer correctamente que el nuevo contexto internacional ofrecía unas condiciones objetivas menos favorables a las de 2017 para la causa de la independencia y que el unilateralismo, así como el síndrome de dependencia del discurso nacionalista de Junts, tenía que ser sustituido por la voluntad de conformar amplias mayorías sociales conquistadoras de un proceso de diálogo y negociación con el Estado. Una estrategia desacomplejada de frente amplio que intentara alcanzar al universo de las clases populares catalanas, que se convirtió en fuente de acusaciones de rendición y de 'botiflerisme' por parte del puigdemontismo. Con todo, hoy la tesis de una vía amplia capaz de incluir mayorías heterogéneas en pro de la construcción de una solución que interpele al conjunto de las clases populares es incuestionable.

Ha hecho mutar también el relato del 'procés', estableciendo una nueva relación con el Gobierno español a partir de complicidades parlamentarias y de un proceso de negociación bilateral incipiente. Es más, la praxis de la colaboración entre el socialismo y el republicanismo no solo ha evitado hacer más hondo el foso a donde había ido a parar el dolor ante la respuesta violenta del 1-O y la represión subsiguiente sufrida por el independentismo, sino que también ha cicatrizado la fractura emocional vivida por otros muchos ciudadanos catalanes de ideario catalanista contrarios a la independencia.

Por eso, la socialdemocracia catalana, la de matriz independentista y la de carácter federalista/autonomista, han acabado colaborando más de lo que aparentemente se auguraba, incluso más de lo que en un principio se podía esperar atendiendo a los precedentes vividos en los últimos años. Gobiernos municipales o de diputaciones y complicidades parlamentarias como la que hicieron posible presupuestos estatales y nacionales forman parte de la hoja de ruta compartida. Y no parece que les haya ido mal. El socialismo fue capaz de enterrar la catalanofobia de Ciudadanos y volver a ser el partido más votado en las últimas elecciones catalanas, y el republicanismo ha demostrado suficiente madurez como para gobernar el país con criterios progresistas de equidad, a pesar de su posición minoritaria. Un hecho que le permite aspirar, de todas todas, a la victoria.

ERC y PSC están condenados a competir para dilucidar a quién corresponde liderar la etapa que se abrirá con las elecciones de 2025. Con todo, gobiernen los unos, los otros o juntos, habrá que encarar la enorme y creciente desigualdad social, cuya superación es imprescindible tanto para perseverar en la catalanidad y en la autoestima nacional como para poder construir desde el catalanismo una solución sobre la relación con el Estado español basada en el principio democrático. Retos que, inevitablemente, también exigirán más colaboración.

Sería bueno, pues, que no cayeran en el reduccionismo intelectual y político de alimentar la política de bloques y los vetos cruzados, porque si bien se ignora cuál será la correlación de fuerzas posterior a las elecciones, sí somos conocedores del país maltrecho que continuaremos teniendo el próximo año y de que buena parte del espacio de la fotografía fija más aproximada de las clases populares catalanas es ocupado por los electores de ERC y del PSC.

Que el independentismo junquerista pueda transitar desde una supervivencia exitosa a la victoria requiere, eso sí, impedir que el gran patrimonio de los valores republicanos y el camino de la vía amplia sean percibidos por la ciudadanía como productos de consumo susceptibles de ser vendidos en función de los intereses demoscópicos, de los zigzags de la comunicación o de la mirada corta de intereses que afectan solo a minorías de poder.

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