Guerra de Ucrania
Jesús A. Núñez Villaverde

Jesús A. Núñez Villaverde

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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Rusia avanza, Ucrania se estanca

Zelenski sabe que, aunque consiga incrementar sustancialmente la producción nacional de drones y de munición de artillería, sigue dependiendo vitalmente de la ayuda exterior

Ucrania se retira de Avdiivka y cede a Rusia su principal plaza en la región de Donetsk

Rusia redobla sus ataques en el frente sur tras la retirada de Ucrania de la estratégica Avdiivka

Tropas defensoras ucranianas en Avdiivka, en una imagen de mediados de noviembre.

Tropas defensoras ucranianas en Avdiivka, en una imagen de mediados de noviembre. / RFE / SERHII NUZHMENKO

El avance es puntual, mínimo, apenas una ciudad, Avdiivka, que pasa a manos rusas casi un año después de que hubiera logrado lo propio con la toma de Bajmut. Su importancia, más que militar- apenas le permite reforzar un poco más el control de la ciudad de Donetsk- es simbólica, en la medida en que transmite la imagen de una Rusia nuevamente al ataque. En todo caso, contrasta con la imagen de una Ucrania cada vez más desesperada, enfrentada a sus propias limitaciones y temerosa de que sus principales aliados no estén dispuestos a ir más allá en su apoyo económico y militar.

A Putin -el mismo que con el asesinato programado de Alekséi Navalni ha vuelto a demostrar su desprecio por la vida de quienes se atreven a cuestionar su poder- lo ocurrido le sirve para tratar de dar renovado sentido a su aventura militarista en vísperas de unas elecciones que, sin candidatos opositores mínimamente sólidos, solo servirán para dar un baño de aparente legitimidad a su desvarío imperialista. A estas alturas, ya ha demostrado que no le tiembla el pulso para ordenar la muerte de opositores, impedir a sus rivales políticos que puedan competir en las urnas, ahogar a la sociedad civil y detener a cualquiera que ose manifestar su malestar o enviar más carne de cañón al matadero ucraniano. Entretanto, ha sabido sortear las sanciones internacionales, encontrar aliados (como Corea del Norte e Irán) para sostener el esfuerzo bélico y evitar la desbandada de los gerifaltes y oligarcas que le sirven para mantener su sistema de poder personal.

Por su parte, a Zelenski el panorama político y militar se le ensombrece por momentos. Es cierto que, con el argumento de la obvia dificultad de convocar a las urnas en mitad de la guerra, ha logrado transitoriamente retrasar el momento en el que tendrá que volver a someterse al dictado de unos votantes que muestran su creciente descontento por la falta de resultados contra la corrupción y por el notable deterioro de sus niveles de bienestar y de seguridad. A eso se añade la generalizada percepción de que la victoria militar contra el invasor está igual de lejos que en junio pasado, cuando arrancó una contraofensiva que ya ha tocado sus límites; sin que el hundimiento de algún buque ruso o los múltiples ataques con drones contra objetivos en pleno territorio ruso permitan contravenir la generalizada idea de que el frente está estancado.

Todo eso explica en gran medida sus angustiadas declaraciones en el marco de la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich. Sabe que, aunque consiga incrementar sustancialmente la producción nacional de drones y de munición de artillería, sigue dependiendo vitalmente de la ayuda exterior, tanto económica como militar. Sabe igualmente que el nombramiento del nuevo jefe de las fuerzas armadas, Oleksandr Syrsky, no cambia nada sobre el terreno, con unas fuerzas incapaces por sí solas de romper las defensas rusas y lograr su expulsión definitiva. Por eso trata de llamar a la conciencia de sus interlocutores occidentales, planteándoles que lo relevante no es preguntarle a los ucranianos cuándo creen que van a terminar la guerra, sino preguntarse a sí mismos cómo es que Putin puede continuarla a pesar de las sanciones (escasamente eficaces) que se le han impuesto hasta ahora. Tanto París como Berlín parecen sensibles a las demandas de Zelenski y dispuestos a mantener su apoyo a largo plazo; pero, en última instancia, se impone la idea de que sin Washington será imposible volcar la balanza a favor de Kiev.

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