EL MALECÓN
El Real Madrid desafía toda lógica
José Sámano
Periodista
El último verano más de un madridista tenía por majareta a su Real. Parecía ir de sobrado hasta lo inadmisible, incluso para todo un Madrid. El equipo había cerrado una temporada muy discreta, una Copa ante Osasuna, zurras ante el Barça en la Supercopa y el City en la Champions, y a varias cuadras de los culés en la Liga. Para colmo, Benzema dio un inesperado carpetazo. Como enmiendas al francés, rácanas para muchos, Joselu, proa del descendido Espanyol, y Brahim, por el que Ancelotti torcía el morro ante sus íntimos. Pocas serpentinas. Un Madrid periclitado, se decía.
Incluso los optimistas hasta el hueso vaticinaban una abstinencia goleadora de época. Bellingham solo era un gran proyecto de centrocampista que había anotado 24 tantos en 132 partidos con el Borussia Dortmund, cifras poco cegadoras sobre su intimidad con el gol. Con el inglés llegaron Fran García, del Rayo, y Güler, aún por acunar tras apenas 51 encuentros con el Fenerbahçe. Sin Benzema, sin CR, con el antojadizo Mbappé en París… Una plantilla más bien paticoja ante un curso sin más pompas que las obras del Bernabéu del más allá. Para colmo, a este supuesto Real con alfileres los peores desgarros aún le estaban por llegar.
De repente, Courtois y Militão se cayeron del andamio en el madrugar de la temporada. Luego, Alaba y más tarde el jabato Rüdiger. A Lunin, en la trasera del camión escoba, le anticiparon a Kepa. El ucranio no se rindió y en Leipzig fue Yashin, un coloso. Para el centro de la defensa sólo quedó Nacho, de partida el central de cola. El capitán también se quebró y llegó el turno improvisado de Tchouaméni junto a Carvajal, “liliputiense” para el puesto. Desde que Cruyff se descamisara con Ferrer y Sergi como centinelas no se recordaba un zaguero marcador con tan poca pértiga. Lo mismo dio, ni siquiera fue permeable ante un ariete grúa como Dovbyk, el gigantón del Girona.
Al Real también se le cortaron los cables en el eje, con las bajas de Tchouameni y Camavinga. Y en noviembre Vinicius se lesionó con Brasil: dos meses y medio a la sombra. Todo apuntaba a un Madrid de garrafón, colgado de la imponente percha de Bellingham y con las primeras huellas de Brahim, rescatado sin otro remedio de las catacumbas. El heroísmo de la debilidad.
Pese a tantas desdichas y ortopédicos parcheados, el Madrid solo suma dos derrotas (ambas, una liguera y otra copera, en el Metropolitano), enganchó con honores la Supercopa, tiene a tiro la Liga y enfilados los cuartos de la Copa de Europa. Un Madrid que gana cuando juega de maravilla (Girona) y cuando le dejan chato (Leipzig). Un Real que un día abanderan a lo grande Vinicius y Bellingham (Girona). Un Madrid que 72 horas después, herido el inglés, en Leipzig doctora a Lunin, con sus nueve paradas, y a Brahim, con su "balinazo" a lo Messi. Cierto que en Alemania desde el camarote arbitral se cargaron un gol tan gol como el que le birlaron al Villarreal en Montjuïc, ambos por presuntos estorbos a Lunin e Iñaki Peña, respectivamente.
De no ser porque se trata de quien se trata, cabría pensar que este Madrid que desafía toda lógica no es real. Este Madrid solo se lo explica el Madrid.
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