Sociedad posindustrial

'Commuters'

El concepto nace en EEUU, a mitad del siglo XIX y principios del XX, con los trenes de vapor que unían los suburbios residenciales de los trabajadores pobres con los centros laborales

Leonard Beard

Leonard Beard / MANU MITRU

Joan Guix

Joan Guix

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El alto coste de la vivienda y la precariedad y variabilidad de los puestos de trabajo hacen que las personas tengan que enfrentarse a un dilema entre dónde puedo vivir y dónde puedo trabajar.

Hace tiempo, la mayor parte de la población trabajadora vivía en las proximidades de sus puestos de trabajo. El hecho de que un trabajo, habitualmente, pudiera ser para prácticamente toda la vida, y que la vivienda, generalmente, fuera más asequible y de alquiler, influían en este sentido. Con la llegada de la sociedad posindustrial las cosas han cambiado, y mucho.

Los precios de las viviendas se han disparado, especialmente en los alquileres, y esto ha comportado que, hechas las cuentas, pueda ser más eficiente a medio plazo comprar un piso que vivir de alquiler, siempre que se disponga del capital necesario para los pagos de entrada y similares. En el momento en que ya dispongo de un piso de propiedad, o bien, muy raramente, de una vivienda de alquiler con precios asequibles, la variable lugar de residencia forzosamente se estabiliza. Ya no me sale a cuenta ir cambiando de casa. Tampoco es viable ir cambiando de trabajo, hasta encontrarlo cerca de casa. Hoy puede ser que encuentre trabajo aquí, pero mañana puede que tenga que ir a trabajar más allá. Tengo que ir a ganarme el sueldo allá donde pueda o allá donde más me convenga. Y muchas veces será en una población diferente, a menudo alejada, de donde vivo. Me veré obligado a viajar, todos los días laborables, desde casa a la población donde tengo mi puesto de trabajo, o de estudio. Ya tenemos un 'commuter,' palabreja que puede interpretarse como “pendular”, recordando el movimiento de ida y vuelta continuado de este instrumento.

El concepto nace en EEUU, a mitad del siglo XIX y principios del XX, con los trenes de vapor que unían los suburbios residenciales de los trabajadores pobres con los centros laborales; pero en el momento actual, aquí, nos referimos a un fenómeno social que se calcula que afecta a más de 300.000 personas que entran y salen de Barcelona cada día laborable para trabajar o estudiar, y que invierten una media de unos 40 o 50 minutos diarios o, lo que es lo mismo, casi 8 días anuales viajando.

El 'commuting' supone que los desplazamientos se convierten en el eje y referencia vital de los ciudadanos. Si es con vehículo privado, nos vemos condicionados por unos horarios que eviten los atascos de entrada y salida, lo cual hace que madruguemos más y lleguemos a casa más tarde; y si es con transporte público, implica estar ligado a unos horarios rígidos y otros inconvenientes. Este tiempo de más va en perjuicio de otras actividades sociales, familiares o de ocio a los que hay que renunciar; por no hablar de los costes económicos del transporte y, también, los costes en salud: un mayor cansancio que puede comportar ansiedad, estrés o depresión. También un grado más alto de sedentarismo, con lo que implica de mayor riesgo de obesidad, hipertensión, cardiopatías, diabetes o, incluso, determinados tipos de cáncer. Estar fuera de casa también implica comer fuera, lo cual no ayuda a mantener una dieta sana y equilibrada. Todo ello, frecuentemente, insatisfacción, también laboral. El 'commuting' no es, precisamente, una actividad saludable ni sostenible, si tenemos en cuenta la contaminación que comporta.

Hay que explorar nuevas formas de trabajo que equilibren las necesidades de vivienda y laborales. El teletrabajo es una muy buena opción para muchos, a pesar de que hay autores que opinan que es preferible el 'commuting' al teletrabajo, puesto que la interacción física directa con otras personas en el trabajo o durante el viaje es psicológicamente positiva, pues los desplazamientos establecen límites claros entre los espacios laborales y los domésticos y de ocio, contribuyendo a estructurar los comportamientos diarios y estableciendo patrones previsibles que nos dan tranquilidad y seguridad. Aun así, no todo el mundo puede hacer teletrabajo. Opciones urbanísticas como las ciudades de los 15 minutos -que propone que todos los servicios esenciales, educativos y laborales estén a unos 15 minutos a pie o en transporte público de los hogares de cada uno de los ciudadanos- pueden ser una buena solución.

Hay que reconocer, sin embargo, que la sociedad posindustrial no ayuda demasiado a que las personas mejoren sus niveles de bienestar y salud. Y este es, también, un problema de salud pública.

Suscríbete para seguir leyendo