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Rosario de flaquezas en la Unión Europea

Hoguera en la plaza Luxemburgo de Bruselas, junto al Parlamento Europeo.

Hoguera en la plaza Luxemburgo de Bruselas, junto al Parlamento Europeo. / GEERT VANDEN WIJNGAERT / AP

Albert Garrido

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Algo de profundamente inquietante se ha adueñado del desarrollo de los acontecimientos en la Unión Europea. Sea porque se avizoran las elecciones de junio como muy determinantes para la construcción europea, sea porque se agranda la competencia entre proyectos de futuro, sea por la presión de la extrema derecha -siempre entre euroescéptica y antieuropea-, sea por el debilitamiento del eje francoalemán, vertebrador de todo desde el principio, sea por el compendio de esos y otros factores. Algo rechina en los engranajes, las arengas nacionalistas abundan en la idea de que todo lo malo procede de Bruselas y todo lo bueno, de la nación en guardia; una atmósfera intrínsecamente divisiva asoma todos los días en los noticiarios en mitad de una crisis global con dos guerras en marcha a las puertas de casa.

UNO. La sublevación de los agricultores franceses es a un tiempo una señal inequívoca de que la cohesión europea está muy lejos de ser una realidad y de que el compromiso de los estados para garantizarla es un imperativo que deja de estar vigente en cuanto se moviliza el campesinado, corta las autopistas y desparrama en la calzada la carga de frutas y verduras que proceden de España. Más de cuarenta años después de que La Trinca populariza La guerra del enciam, esto es la oposición de los sindicatos franceses a la importación de productos agrarios procedentes de España, a la sazón solo aspirante a ingresar en la UE, la confrontación ha vuelto a la casilla de salida. Nada parece importar a las autoridades francesas, impávidas, a pesar de que la arremetida es contra productos de un socio de pleno derecho de la UE, los transportistas transitan con la documentación en regla y la mercancía que acarrean hacia diferentes destinos cumple con los requisitos establecidos por los Veintisiete. Si les importase de veras la reiteración de los asaltos, cabe imaginar que habrían intervenido las fuerzas del orden.

Temen el presidente Emmanuel Macron y el primer ministro Gabriel Attal que sea Marine Le Pen la que capitalice el descontento en las urnas de junio, que desde el nacionalismo destemplado de Éric Zemmour el dedo acusador les señale, y entiendan así los sindicatos agrícolas que lo mejor es apoyar a los populistas movilizados por la protesta. Si no son estas las razones sino otras, resulta ciertamente inescrutable el resorte que ha activado a Ségolène Royal, excandidata socialista a la presidencia de Francia, con unas declaraciones chungas sobre la calidad de los tomates españoles. Mientras tanto, las tractoradas se multiplican en Europa sin que nadie se moleste en decir alto y claro, con cifras y datos, que la Política Agraria Común (PAC) es, junto a la Política de Cohesión, la principal fuente de gasto de la UE, y que Francia aprobó el presupuesto comunitario sin mayores discrepancias. Hay recordatorios molestos, pero son ineludibles si se atienen a la realidad.

DOS. Sin esperar a un pronunciamiento específico del Consejo Europeo, Francia y Alemania se apresuraron, entre otros países, a suspender las aportaciones a la UNRWA, la rama de la ONU que asiste a los refugiados palestinos, en cuanto Israel acusó a 12 de sus empleados -despedidos de inmediato nueve de ellos- de haber participado en el ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre. La organización tiene 30.000 empleados, de forma que se antoja por lo menos precipitado privar de dinero a una organización esencial para que la comunidad palestina de la franja de Gaza se quede sin ayuda a finales de febrero. Y parece asimismo precipitado entender que los socios de la UE que no han seguido sus pasos, entre ellos España, han cometido un error de cálculo.

No es ningún descubrimiento decir que hay diferentes enfoques europeos en cuanto atañe a la guerra de Gaza: el de Alemania, que apoya sin apenas fisuras la respuesta israelí; el de los que condicionan en todo y por todo su punto de vista a la doctrina que emana de Estados Unidos; el que entiende que, en el caso de los 12 funcionarios de la UNRWA, es indefendible elevar la excepción a categoría; el de los que piensan que es mejor pasar la maroma sin hacerse notar. Tampoco es descubrimiento alguno que el Gobierno de Israel ha atendido al fallo del Tribunal Internacional de Justicia con su desparpajo habitual: no prestarle la menor atención y respeto. Y entonces surge la paradoja: los mismos países que cierran el grifo a la UNRWA apenas han ocupado su tiempo en pedir explicaciones a Binyamin Netanyahu y sus generales, que siguen atacando a la población civil de la Franja. Y se impone de nuevo la sensación de que los europeos tienen poco que influir en mitad de la matanza cuando su desunión es irremediable y manifiesta.

TRES. El responsable de la Política Exterior y de Seguridad, Josep Borrell, urge la formación de un cuerpo expedicionario al mar Rojo para que a partir de mediados de febrero se ocupe de proteger mercantes que son objetivo de las baterías hutís instaladas en la región occidental de Yemen. Pero enseguida surgen las dudas: quiénes están dispuestos a destinar medios a la operación, quiénes apoyan la iniciativa, pero no se unirán a ella con recursos propios, y quiénes, en fin, prefieren guardar un silencio hermético, sin filtraciones, para no asumir ante la opinión pública un compromiso excesivo. De momento, discretamente, sin ganas de enredarse en incómodas digresiones, algunas voces han recordado como quien no quiere la cosa que la UE carece de estructura militar y que, en consecuencia, la flota europea, si así se la puede calificar, estará a expensas de la estrategia general de seguridad diseñada por Estados Unidos para la región, en general, y para el mar Rojo, en particular.

CUATRO. El sainete de Hungría impidiendo hasta esta semana que los Veintisiete aprueben un presupuesto de 50.000 millones para asistir a Ucrania ha sido una muestra fehaciente de debilidad colectiva cuando se multiplican las señales de que la guerra se ha convertido en una crisis crónica y Rusia ha afianzado sus posiciones sin muestra de vulnerabilidad alguna. Es evidente que las reglas del juego en el espacio europeo están desfasadas, que la regla de la unanimidad aún vigente para muchos asuntos trasmite una sensación de vulnerabilidad e inoperancia en casos acuciantes como el de Ucrania. Los defensores de las decisiones unánimes sostienen que es la única fórmula para mantener la cohesión, pero con demasiada frecuencia el coste de tal cohesión es la inoperancia, discusiones inacabables que llevan a resoluciones inconcretas, a revisiones periódicas de lo acordado para contentar a minorías tan exiguas como la que representa la economía húngara en el total europeo. Sin duda, las cifras macroeconómicas ni pueden ni deben ser la única vara de medir, pero son una vara de medir digna de tenerse en cuenta cuando están en juego grandes decisiones para la seguridad europea, y las que se refieren a Ucrania lo son.

CINCO. En una película de 2005, Le promeneur du Champ de Mars, un François Mitterrand cansado, encarnado por Michel Bouquet, dice más o menos: “Yo soy el último presidente de Francia. Después de mi solo vendrán contables”. A saber si, en última instancia, el desacuerdo es en realidad entre contables, de votos o de euros.