De ninguna manera
Me introduje en un callejón que se parecía un poco a los callejones de los sueños y tropecé al poco con un bar que se llamaba Aquí no es
Juan José Millás
Escritor.
Me hallaba en una localidad del norte de España a la que no había ido antes, de modo que salí del hotel para dar una vuelta con la excitación que produce lo nuevo. Si pudiéramos pasear por los cerebros de la gente como por los cascos antiguos de las ciudades, advertiríamos que la arquitectura de aquellos y la de estos se parecen. Lo pienso con frecuencia en el metro o en el autobús. Me digo: voy a meterme en la cabeza de ese hombre que va sin afeitar para ver qué lleva dentro. Y me meto (imaginariamente, vale, pero me meto) y observo que el hombre está arrepentido de no haberse afeitado. Por eso se lleva la mano a la barba al tiempo de componer una expresión valorativa. Hay individuos a los que le queda bien el desaliño, pero a mí, piensa el individuo, a mí me cae fatal. Se ha obsesionado con el afeitado y no es capaz de pensar en otro asunto. Salgo de su cabeza y regreso a la mía. También yo voy sin afeitar, y lo lamento.
Decíamos que abandoné el hotel y salí a dar una vuelta. Me introduje en un callejón que se parecía un poco a los callejones de los sueños y tropecé al poco con un bar que se llamaba Aquí no es. Me sorprendió haber llegado a un sitio que no era y dudé sin entrar o no entrar. ¿Debe entrar uno en el sitio que no es? Me asomé un poco y observé que el local estaba casi lleno. Lleno de almas que no eran, supuse. ¿Sería yo capaz de sumarme a ellas? Pero, por otra parte, si allí no era, tal y como rezaba el cartel, por qué correr ese riesgo.
Entré finalmente. Me acomodé en la barra y me atacó una sensación muy liberadora de no ser. No ser es un descanso, un descanso bárbaro. Pedí un gintónic, pese a que me había retirado de ellos porque empezaron a sentarme fatal, y di el primer sorbo con mil cautelas. Me cayó bien, como si el gintónic no fuera un gintónic. Le di vueltas al asunto este de llegar al sitio que no es y se me ocurrió pensar que, a mí, nada más nacer, deberían haberme mostrado un cartel en el que figurara, con letras bien legibles, esa misma leyenda: "Aquí no es, porque yo no llegué adonde debía". Ignoro cuál podría haber sido mi destino, pero este no, de ninguna manera. Por eso he permanecido en el mundo como si no estuviera en él. Debería haberme muerto en aquel bar.
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