Periodista y escritora
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Las letras de Morad, el rapero de los bloques de La Florida
La perpetuación del gueto y el discurso antiinmigración que seduce a Junts
Morad, el extraordinario grito de la existencia en el Sant Jordi Club
Morad: "Mi sueño es dormir tranquilo. Tengo 24 años y aún no he podido"
Llenazo absoluto de Morad en el Palau Sant Jordi Club. Hasta los topes en los tres conciertos del fin de semana, después de una gira europea que ha bautizado con un grito de redención: ‘Reinsertado Tour’. Morad El Khattouti El Horami, que así se llama el rapero de L’Hospitalet, no puede pisar su barrio de momento: una jueza ordenó su destierro, en octubre de 2022, por haber alentado disturbios y enfrentamientos con la policía tras la grabación de un vídeo musical. Presuntamente. Pero como él mismo se encarga de repetir cada vez que le preguntan por sus tropiezos, las personas tienen derecho a cambiar, a madurar.
Su barrio es La Florida, los antiguos bloques de Onésimo Redondo, construidos por el franquismo en los años 50 para realojar a toda prisa a los barraquistas del Somorrostro y a las oleadas de inmigrantes que iban llegando en busca de un porvenir. Una barriada precaria, la más densa de toda Europa, con elevadas tasas de paro juvenil, abandono escolar y las subsistencias de siempre: la construcción, la limpieza por horas en domicilios, el cuidado de ancianos. Allí se crio Morad, hijo de padres marroquís. La madre, de Larache; el padre, de Nador. Tan catalán como el que más, ¿o no? Sin migración no hay pujanza económica.
Adolescentes y niños –no solo magrebís– adoran a este ‘mec de la rue’ (chico de la calle) y le imitan tanto el corte de pelo, rasurado por los laterales, como las trazas: el chándal, las bambas, las chancletas de piscina con calcetines blancos. Los chavales conectan con su descontento, expresado en letras que hablan de las dificultades de salir adelante, del racismo, de la policía, de los trapicheos con las drogas. “Que yo nunca he ‘salío’ del gueto. / El gueto nunca ha ‘salío’ de mí”. Otra canción: “Haciendo chavos pa’ vivir / hay que resistir. / Me dicen: negro, tú eres reptil”.
EL RACISMO COTIDIANO
El otro día, Mostafá Shaimi, profesor de la Universitat de Girona, hablaba en el diario ‘Ara’ del estudio que realizó, hace un par de años, con 300 jóvenes magrebís residentes en la provincia: el 97% no se sentían catalanes. Si no hay lugares de encuentro, cruces de vidas, difícilmente se genera un sentimiento de pertenencia. Palpan el racismo cuando van a buscar curro de camareros, cuando entran a una tienda y enseguida los vigilan, cuando se disponen a alquilar un piso (antes se lo lleva un Jordi o un Paco que un Mohamed).
Ahora Junts ha empezado a coquetear con el discurso xenófobo, equiparando inmigración con delincuencia, como si alguien tuviera que pagar los platos rotos del ‘procés’, el desencanto. Cuidado con perpetuar el gueto. Me pregunto qué sucede cuando el malestar, la rabia, en lugar de canalizarse a través de la música, desaguan en el cuenco de la mano de un imam trastornado.
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