Neruda, Depardieu y otros monstruos sagrados
El debate sobre la separación entre el hombre y la obra artística
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
A los 20 años me enamoré hasta las raíces del tuétano. Pablo Neruda y sus ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’ me acompañaron en los embates del deseo, la melancolía del deseo, la alegría o la desazón en que estallaba el mundo. Podía recitar de corrido varios poemas, como aquel que empieza: “Te recuerdo cómo eras en el último otoño. / Eras la boina gris y el corazón en calma”. Luego, con el transcurso de los años, cuando supimos lo que sabemos, pienso en el poeta con un pellizco de aprensión; dos sombras alargadas han opacado su figura.
El Nobel chileno abandonó a su hija, aquejada de hidrocefalia, y violó a la sirvienta tamil que limpiaba su letrina cuando era cónsul en la antigua Ceilán. Relata el triste episodio en su libro de memorias, ‘Confieso que he vivido’: “El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. No se repitió la experiencia”. Presumo que el próximo verano, en junio, cuando el celebrado ‘Veinte poemas…’ cumpla cien años, arreciará de nuevo el debate sobre la cancelación de Neruda. ¿Lo merece? No hay manera de salir indemne de semejante ortigal.
El linchamiento
Pensaba en el asunto a raíz del ‘caso Depardieu’, que sigue coleando en Francia después de que haya trascendido que el autor de la tribuna en ‘Le Figaro’ donde se pedía “no borrar” al celebérrimo actor es un editorialista muy cercano a Éric Zemmour, un líder de la ultraderecha. Ahora quienes se están borrando son algunos de los firmantes de ese manifiesto que ensalzaba a Gérard Depardieu como “el último monstruo sagrado del séptimo arte” entre los franceses. Hasta Macron había metido su cuchara en la controversia en torno a Depardieu, sobre quien pesa un reguero de acusaciones por abusos sexuales incluida la violación (en tres casos); al presidente no iban a pillarlo en una “cacería”, y ni se le pasaba por la cabeza despojarlo de la Legión de Honor, porque ese galardón no está para premiar la “moral”.
Cierto. Depardieu estuvo sublime en el papel de Olmo Dalcò en ‘Novecento’; en ‘Cyrano de Bergerac’; en la piel de Danton en su duelo contra el terror de Robespierre. El arte no está para repartir carnets de civilidad, eso queda fuera de toda duda. El argumento es otro: la metamorfosis del paradigma. En parte, se trata de un cambio generacional, de una paulatina transformación de las mentalidades. Llegó a su fin la sacralización en los altares que concedía al creador patente de corso para enfangarse en comportamientos execrables mientras los demás callábamos o mirábamos hacia otro lado.
Este jueves, se sucedieron pequeñas manifestaciones en París, Lille, Toulouse y Marsella para denunciar el apoyo del presidente al actor. Una de las proclamas decía: «Assez de ce vieux monde» (basta de este viejo mundo). Justo ahí está la clave.
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