Periodista.
Josep Cuní
Periodista.
Gabriel Attal: la juventud desacomplejada
Lo que define al nuevo primer ministro francés es su carácter emprendedor, su formación humanista, la influencia de sus progenitores, la audacia de su personalidad, la osadía de su pasión y la condición de su juventud
Perfil | Gabriel Attal, el ascenso fulgurante de un ambicioso comunicador
Francia mantiene la prohibición de la abaya en las aulas
En pleno debate sobre el edadismo, va el presidente Macron y nombra al primer ministro más joven de la 5ª República francesa. La decisión ha enojado a algunos de sus allegados séniores, porque la interpretan como una señal negativa para ellos pensando en la próxima carrera electoral al Elíseo. Temen perder el tren y que su experiencia se lea como un lastre en estos tiempos de desconcierto.
Puede ser, igualmente, que Macron haya querido emularse a sí mismo, y al verse reflejado en quien puede convertirse en su delfín, pensar en el empuje que él tenía cuando se lanzó a la carrera presidencial hace diez años, también como el más joven. Luego, las circunstancias le obligaron a ceder. Ya se sabe. La concesión política empuja a abandonar muchos proyectos y algunos principios. Visto pues el perfil del nuevo inquilino del Palacio de Matignon, hay más cosas que les acercan que no que les separan. Incluido el gusto por el poder.
Gabriel Attal de Couriss (Clamart, 16 de marzo de 1989) luce reivindicativamente el apellido de su madre, aunque en su país no exista la tradición y trabaja en la mesa heredada en la que lo hacía su padre como muestras de agradecimiento. Hijo afortunado por la educación recibida, siempre ha sido el más joven en llegar a todo. Y se ha hecho notar al demostrar que la edad no es un valor en sí mismo porque, en el fondo, como dijo Graham Greene, siempre tenemos la misma edad.
Quizás por eso, lo que define al nuevo primer ministro francés es su carácter emprendedor, su formación humanista, la influencia de sus progenitores, la audacia de su personalidad, la osadía de su pasión y la condición de su juventud. Una persona de su tiempo que considera normal la pluralidad en todos los aspectos personales, empezando por el sexual, pero que se ha resistido a asumir lo que la mayoría de sus coetáneos ha aceptado: que el ocio sea más importante que el trabajo. Así lo entiende en España la mayoría de sus iguales. Especialmente, tras el paso de la pandemia convertida en el ciclón de nuestros descontentos.
Gabriel Attal, persona de verbo fácil y comunicación directa, va al grano. “El desorden se acabó”, sentenció cuando llegó al Ministerio de Educación del que procede. Partidario de recuperar el orden en las aulas, en los escasos cinco meses que ha ocupado la cartera ha emprendido la lucha contra el acoso escolar, prohibió la abaya como indumentaria que entendió religiosa y ha promovido las correcciones necesarias para superar los bajos índices de comprensión lectora, denunciados por el informe PISA. De ahí su alta aceptación popular. Aun procediendo del socialismo y considerarse progresista no orilla los aspectos más polémicos y se enfrenta a ellos, porque sabe que son los que dan alas a la extrema derecha creciente y al populismo amenazante, contra los que tendrá que medirse en las próximas elecciones europeas.
Esta posición de ruptura de lo políticamente correcto, defendida por convicción, ha llevado a Attal a ser aplaudido por los ultraconservadores que le aprobaron a Macron su polémica ley de migración. Se verá si esta manera transversal de conjugar miradas, más allá de las ideologías, ayuda a superar los grandes retos. Pero lo cierto es que si alguien puede hacerlo es ese colectivo desacomplejado que entienda la juventud solo como el símbolo de la audacia y el movimiento. No como un derecho.
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