Entrevista

Pilar Adón: "Me cuesta afrontar la muerte, por eso hago literatura"

Pilar Adón gana el Nacional de Narrativa gracias a la inquietante 'De bestias y aves'

Pilar Adón explora la cara siniestra de la sororidad

La escritora PIlar Adón, en la librería Laie de Barcelona.

La escritora PIlar Adón, en la librería Laie de Barcelona. / Elisenda Pons

Elena Pita

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Nació consciente. Así que ahora se pasa el día dando las gracias. Porque su novela De bestias y aves (Galaxia Gutenberg) ha recibido los premios Nacional de Narrativa, Crítica, Francisco Umbral y Cálamo. Escribía Pilar Adón la historia de una mujer que huye de la presencia de su hermana muerta, cuando de golpe su padre falleció; acto seguido sobrevino el encierro pandémico y le dejó sin tiempo para el duelo. La presencia/ausencia del padre marcó las tintas de su escritura. La historia es pura ficción, rozando el absurdo, pero normal que sea tan demoledora (y premiada).

¿Quién o qué le persigue?

La idea de una casa aislada y rodeada de naturaleza, donde poder estar con mis libros y mis personas próximas.

Esta tan premiada novela, Adón… ¿No está usted impactada por tanto premio?

Estoy agradecida. Me paso el día dando las gracias a los lectores, los críticos, los jurados…

De bestias y aves es la huida desesperada de un duelo. Cuando uno no acepta la pérdida de un ser querido, éste le acompaña incesante en su memoria, porque ahí nadie muere. ¿Por qué conoce usted tan bien este sentimiento, qué pasó?

La novela está dedicada a mi padre, que falleció en septiembre de 2019. Cuando el marzo siguiente nos encerraron, no habíamos tenido tiempo de sellar el duelo. Mi madre, que llevaba junto a él desde niños, se quedó muy sola, y yo no podía si no llevarle la compra, dejarle las bolsas en la puerta y saludarla desde el rellano de la escalera. Yo entonces ya estaba escribiendo esta historia, pero tan brutal duelo me marcó. De cualquier modo, llevo tiempo escribiendo sobre esto, porque de niña heredé el sentimiento de orfandad y pérdida que sufrió mi madre, huérfana desde muy joven.

Su percepción de la finitud, así pues, ¿alcanza allá donde se remonta su memoria?

Sí, y con ella, el sentimiento de pérdida y el pánico de que pudiera pasarle algo a mi madre.

El último Nobel de Literatura, Jon Fosse, al que admira, le dijo en una entrevista: “Quizá la buena literatura tenga algo que ver con aprender a morir”. ¿Lo suscribe?

Me parece demasiado duro. Todavía me cuesta afrontar este asunto de forma directa, por eso hago literatura, por eso he transformado en literatura la muerte de mi padre. El enigma de la ausencia y la presencia sólo puedo abordarlo por la vía literaria.

Se dice que es una escritora de obsesiones fijas, como por ejemplo el encierro: de niña se escondía bajo una mesa para leer y construía un parapeto alrededor. ¿Tenía consciencia de ser diferente, rara?

Me lo hacían sentir los demás, porque no jugaba ni me relacionaba, y era así porque siempre fui muy consciente: el parque y el recreo eran una pérdida de tiempo. Yo quería leer, viajar, conocer gente interesante. Mi abuela paterna decía: “A esta niña parece que no se le mueve la ropa”. Me encerraba porque en casa siempre había mucha gente. En el pueblo, las mujeres, conversando alrededor del fuego. Y en Madrid, hombres que fumaban, bebían whisky y hablaban del sindicato, porque mi padre era sindicalista. Y decían: “¡Esta niña va a ser una buena abogada laboralista!”

¿Otra de sus obsesiones sería el orden o perfeccionismo? ¿Por qué entonces alerta sobre “la literatura demasiado perfecta”, si además considera que el cómo se cuenta importa más que lo que se cuenta?

Quise decir que la literatura ha de parecer espontánea, natural, libre; no se pueden notar las costuras ni el esfuerzo. Pero por otro lado me inspira mucho el afán de superación, la proeza de los deportistas, la perfección de una bailarina como Tamara Rojo, que parece hubiera nacido moviéndose así. Y eso es lo que yo llevo a la literatura. Pero el texto perfecto puede sonar artificial, rígido, cuando ha de ser sutil como el baile de Tamara.

Adón, ¿qué hay debajo del agua?

Cierta protección, porque supone la pérdida de gravedad y de sujeciones, apegos. Es como la ligereza de la misma Tamara Rojo.

En su infancia, cuenta, los hombres rompían el círculo de intimidad de las mujeres, y en De bestias y aves, las mujeres matan al hombre que dice haber construido el mundo. ¿Sigue teniendo la percepción de que el hombre rompe siempre la intimidad femenina?

Ya no. Es cierto que el varón en mis novelas suele ser disruptivo. Los hombres han construido muchas casas y hasta conventos para encerrar a sus mujeres.

Dice también que este libro es un homenaje y un diálogo con Virginia Woolf, en torno a la incomunicación, marcada por su condición andrógina en una sociedad puritana. ¿Qué hay de la suya?

No lo he dicho yo, lo han dicho otros, pero sí, seguramente Virginia Woolf y su Orlando están ahí de manera inconsciente. Es el libro que más he leído en mi vida, y sí, todos tenemos en la imaginación su imagen llegando empapada a casa después de intentar hundirse bajo el agua, hasta que un día se mete piedras en los bolsillos y por fin se hunde. Pero yo de Orlando admiro sobre todo la inteligencia, el hallazgo del personaje, el cómo lo cuenta, y no el hecho en sí de la androginia.

Adón, sus personajes y usted misma viven en un no-lugar, que es el significado etimológico de lo utópico. ¿Sigue buscando su lugar o utopía?

Sí, y lo busco de manera incluso física: un lugar del que pueda decir: “A este sitio pertenezco”; un lugar donde el paisaje y yo nos reconozcamos. Esto es así porque mi familia es de un pueblo de Toledo (la escritora nunca revela ubicaciones ni topónimos exactos, ni de su realidad ni de su ficción; apenas deja intuir que es un lugar fronterizo entre las dos castillas) y, siendo yo pequeña, mis padres se trasladaron a una ciudad dormitorio del sur de Madrid, en la misma carretera que conduce al pueblo, a donde íbamos constantemente, de modo que nunca tuve sensación de pertenencia, no me sentía de ninguno de los dos lugares.

Madrid, siglo XXI, ¿un momento y lugar inapropiados?

No debiera quejarme, pero sí, tal vez por ello mi lugar está siempre en la novela que escribo. Esto me da mucha serenidad: que haya un lugar y unas personas que sé me están esperando.

¿Estudió Derecho por aquello del sindicalismo paterno o fue por cobardía? Porque la pulsión de escribir la tuvo desde muy niña, ¿no es cierto?

No, fue por un descuido: quería hacer Ciencias de la Información y pedían el bachillerato mixto, pero yo era de letras puras. En la última opción puse Derecho, por despiste, y fue lo que me tocó por currículum académico.

¿Le sirvió de algo al margen de pasarse la carrera en la biblioteca de enfrente, en Filología?

Sí, para conocer a Enrique Redel, mi pareja desde los 19 años: juntos fundamos la editorial Impedimenta, compartimos la misma pasión por los libros.

Suena a película perfecta, ¿tienen hijos?

No, yo nunca quise ser madre, es algo de lo que fui consciente desde muy niña: una mujer pobre con un niño en brazos es doblemente pobre. Mira, en mi casa no sobraba el dinero, teníamos una gran conciencia de ahorro. Los libros no llegaban porque sí sino que eran regalos merecidos por las buenas notas, cumpleaños y Reyes, pero mis padres siempre se esforzaron en darme una buena educación, incluso me apuntaron a clases de inglés desde muy pronto. Cuando fui creciendo, me hice más consciente de que si quería dedicarme a algo artístico no podía tener hijos, porque probablemente les haría sufrir. Durante mi década de los 30 me hicieron creer que era una mala persona, una egoísta: soporté mucha presión.

Dígame una cosa, ¿usted es consciente de que el lector lo pasa mal con su narración? ¿Es el esfuerzo que le pide a un público acostumbrado al click?

Siente desazón, que es una forma de pasarlo bien, a través de la inquietud. Es algo que a mí me gusta como lectora y espectadora: aquello que me revuelve y zarandea, como una película de Jane Campion o de Lars von Trier. El lector ha de firmar el pacto ficcional del principio, y a ver hasta dónde llega.

¿La misma razón le sirve para “renunciar conscientemente al humor”?

Eso lo ha dicho la crítica pero no es así, no. No renuncio al humor, de ningún modo, aunque el mío sea un poco peculiar y nada fácil.

“Una mañana temprano asesiné a mi padre, acto que me impresionó vivamente”, primera frase de Una conflagración imperfecta, de Ambrose Bierce.

Exacto. Yo no renuncio a nada que surja, siempre que no sea artificial.