Queridos reyes prematuros

A mi barrio llegan los reyes un día antes que al centro de la ciudad, que se jodan los ricos. Desfilan el día 4, según las señales que desde hace días nos recuerdan dónde no se podrá aparcar durante todo ese día. Doy por hecho que van a dejar los regalos en los hogares el 5 por la mañana, no creo que sea tan crueles de dejarse agasajar el 4 por la tarde y no pasar por las casas hasta el día 6, por más reyes que sean tienen ciertas obligaciones, la principal de las cuales es empezar a repartir regalos una vez ha finalizado la cabalgata. Además, qué iban a hacer sino durante la noche del 4 y todo el 5 si ya están aquí, no van a venir a tomarse unas cañas a La Tahona.

Alguna ventaja teníamos que tener quienes vivimos en la humilde periferia. Puesto que la basura se acumula en las aceras fuera de los contenedores, nos llegan antes los reyes, vaya lo uno por lo otro, así de afortunados somos los vecinos y así piensan en nosotros las autoridades. De todas formas, en nuestro barrio sus majestades corren el peligro de que una rata se les coma el camello de un solo bocado, así de grandes las he visto. A los vecinos no nos amenazan, hace meses que cohabitamos y nos conocen a todos, incluso por el nombre. Y nosotros a ellas, claro. Con los reyes es otra cosa, los pobres bichos no han visto jamás a un miembro de la realeza y es natural que los tomen por una amenaza, yo de sus majestades olvidaría las carrozas descubiertas y me pasearía en papamóvil, no vaya a ser que una rata se les coma una mano y no puedan repartir regalos. Ya sería mala suerte que por querer llegar antes a nuestro barrio, sean conocidos en adelante como los reyes mancos en lugar de magos.

Adelantar la llegada real en los barrios pobres está muy bien pensado, así los niños de estas zonas podrán jugar ya el día 5 con la peonza de segunda mano que les han traído los reyes, para envidia de los pequeños del centro de la ciudad, que todavía deberán esperar un día para disfrutar de la PlayStation, el móvil de última generación, los esquíes, la chaqueta de piel y la camiseta de su equipo de fútbol favorito, la oficial que cuesta 200 euros, no la del bazar chino. Pobres niños ricos, terminarán deseando que sus papás cambien el ático con terraza del Eixample por un entresuelo justo encima de la pescadería árabe de mi calle, donde acuden las gaviotas a alimentarse solo con el olor que desprende.

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