La espiral de la libreta
Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

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El corazón del president Macià empapado en formol

Sobre el documental 'El cor de l’Avi' y otras casquerías ilustres

Tarradellas, que todo lo guardaba, incluso el corazón de Macià

Hallada una caja fuerte en la casa de Macià que podría contener "documentación importante" para Catalunya

Francesc Macià, en el documental 'El cor de l'Avi'

Francesc Macià, en el documental 'El cor de l'Avi' / TVC

Durante la noche de Sant Esteve, en plena digestión del exceso de familia y triglicéridos, vino de perlas un ratito de nirvana en el sofá viendo en TV3 el 'Sense ficció' dedicado al músculo cardiaco del president Francesc Macià. El documental, a cargo del periodista Tian Riba y titulado 'El cor de l’Avi', narra los avatares de la víscera, empapada en formol y dentro de una urna de plomo, una peripecia la mar de entretenida, sobre todo una vez Tarradellas la saca de extranjis de Catalunya, a principios de 1939, cuando entran las tropas franquistas, y se la lleva consigo al exilio francés, junto con montones de documentación. Un relato apasionante con los nazis de fondo.

Cuenta el reportaje que Macià fallece a eso de las 11 de la mañana del día de Navidad de 1933 a consecuencia de una peritonitis. Embalsaman el cadáver en la misma Casa dels Canonges, con el fin de que el pueblo pudiese rendirle sus respetos, pero en el momento de la evisceración alguien se pregunta qué hacer con el corazón. Parece que Ventura Gassol, a la sazón conseller de Cultura, poeta romántico regulero y cliente asiduo del cabaret golfo La Criolla ("la locura de la noche llevada hasta la exasperación", en palabras del francés Pierre Mac Orlan), sugiere la rocambolesca idea de momificar la víscera y metalizarla después para exhibirla en iglesia del parque de la Ciutadella, frente a la sede del Parlament (la ocurrencia, quizá inspirada en las costumbres de los Habsburgo, nunca se llevó a cabo). El embalsamamiento duró ocho horas, durante las cuales el médico anatomopatólogo Lluís Maria Callís, al frente del dispositivo, se puso bien a gusto de cafés y coñac.

Chopin y Anselmi

Fue la escritora y (sin embargo) amiga Mercedes Abad quien me puso sobre aviso de la emisión –compartimos bizarras devociones–, y en el ínterin, mientras aguardábamos a que comenzara, nos enredamos en el recordatorio de algunos corazones errantes: el del poeta Shelley, salvado de las llamas; el de Chopin, embebido en coñac –le daba pavor la posibilidad de que lo enterraban vivo y pidió que se lo arrancaran–; y cómo no, el del tenor italiano Giuseppe Anselmi, quien definió su misma víscera, que se custodia en el Museo de Almagro, como "una dinamo muscular e impulsiva" atravesada por distintas pasiones. Abad dedicó al asunto una estupenda crónica que tituló Casquerías ilustres.

Lo malo de las reliquias laicas es que luego, convertidas en símbolos, precisan custodia con uñas y dientes (que se lo pregunten al cadáver de Evita). No sé bien cuándo nació esa creencia de que en el corazón reside el centro de la fuerza espiritual y moral del individuo, pero es cierto que uno va acumulando justo ahí, a la altura del plexo solar, los golpes de la vida y el miedo de que quienes te importan desaparezcan sin rastro.

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