Independentismo
Sergi Sol

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Periodista

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Cuánta razón, Artur Mas

A veces se gana y a veces … se aprende. O se tendría que aprender. Porque, si no, se pierde. Y esto es lo que parece decir el expresident 

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El 'expresident' de la Generalitat Artur Mas, en un acto de Junts

El 'expresident' de la Generalitat Artur Mas, en un acto de Junts / ACN

Artur Mas fue una de las personas que aconsejó a Puigdemont que no forzara la máquina y convocara elecciones, para seguir empoderado y empoderando unas urnas que eran el mejor argumento del independentismo.

Pero Puigdemont se echó atrás y -en una decisión esencialmente personal- decidió pisar el acelerador en una huida hacia adelante sin precedentes. Tanto es así que cedió a Carme Forcadell -no por gentileza- la declaración de independencia. No se vio capaz. Y, acto seguido, decidió que aquella declaración no se publicaría en el Diari Oficial de la Generalitat. Ni siquiera autorizó un acto simbólico, como arriar la bandera española de Palau ante una multitud congregada en la plaza de Sant Jaume. Eufórica. Aunque, de hecho, el Govern no hizo ningún acto, ni simbólico ni efectivo, después de una declaración que no iba a ninguna parte y que, de rebote, justificó activar el 155 del Senado. Con Europa mirándoselo. Ahora, sí. De hecho, el Govern catalán desapareció, se quitó de en medio. Solo el conseller Josep Rull participó en un acto público como conseller. Y, el lunes, solo el mismo Rull y el vicepresidente Junqueras hicieron acto de presencia en los despachos oficiales, pese a haber sido desposeídos. Turull y Romeva habrían obrado igual. Pero la espantada de Puigdemont los dejó desconcertados.

La noche del 27 de octubre de 2017 fue, en definitiva, una noche de fuegos artificiales, tan efímeros como vistosos. Cuando la pólvora quemó no había nada más que un vacío inmenso, que rápidamente hizo suyo un Gobierno español que había hecho el ridículo pero que así pudo recuperar el control.

A veces se gana y a veces … se aprende. O se tendría que aprender. Porque, si no, se pierde. Y esto es lo que parece decir el expresident Artur Mas, cuando pide que se acabe con una gesticulación mayestática que si hace seis años fue un error ahora es una parodia, en el mejor de los casos.

El independentismo, empujado por un Puigdemont herido y orgulloso, hace el ridículo cuando monta tres mesas de diálogo con el PSOE. El independentismo cae en lo peor de la política cuando amaga con no reconocer la legitimidad del president Aragonès. El independentismo -o, cuando menos, los dos principales partidos- no tienen perdón si siguen prometiendo el oro y el moro. Porque es una farsa y lo saben. Y si, de hecho, uno ha hecho un ejercicio de realismo no puede sucumbir a los disparates del otro en cada curva.

Mas no lo dice con tanta claridad, pero se le entiende bastante. De hecho, tiene tanta razón que ni la ANC se verá capaz de concretar ninguna oferta electoral, por mucho que Puigdemont haya acabado siguiendo los pasos de aquellos a los que ha criticado durante todos estos años. Prueba irrefutable de que, cuando menos en esta coyuntura, no hay energía, ni disposición, ni masa crítica, para hacer nada más que aquello que se está haciendo, que no es otra cosa que aprovechar la aritmética del tablero español.

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