La espiral de la libreta

Nochebuena en domingo, siguen las compras

De productos inflacionarios y sobremesas navideñas sin mediador 

Ambiente de compras de Navidad en un centro comercial de Barcelona.

Ambiente de compras de Navidad en un centro comercial de Barcelona. / Ferran Nadeu

Olga Merino

Olga Merino

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Cola moderada en el cajero automático. Cuando me toca, reparo en que alguien ha escrito «¡viva Chávez!» sobre el teclado, con un rotulador grueso. Estaría cabreado. Quizá la máquina se le tragó la tarjeta o bien su cuenta resplandecía de números rojos carmesí. El saldo maldito. Aseguran las noticias que el IPC de los alimentos ha bajado, pero llenar la nevera sigue constituyendo un atraco: acabo de pagar 3,15 euros, desganados y cardiovasculares, por un brócoli no mucho más grande que una cebolla.

La Nochebuena cae en domingo y siguen las compras. Carritos a rebosar, cestas, bolsas y más colas por doquier. El pescadero se ha puesto un gorro de Papá Noel con cuernos de reno. Aguardo mi turno pensando en tres cosas, mayormente en qué escribir estos días, en las columnas corintias que sostienen mi humilde chamizo. Decía el gran Manuel Alcántara, poeta y articulista, que en el cóctel ideal de la columna, aparte de observación y experiencia de la vida, resulta conveniente añadir unas gotitas de ternura. «Como en el ‘dry martini’, unas gotitas que no disfracen el sabor de la ginebra, pero que añadan un poco de piedad». El problema es que la compasión suele ser inflacionaria; va carísima en este mundo veloz y despiadado.

Agua con gas

El pensamiento salta de las columnas a las dos listas más o menos memorizadas: la de las compras navideñas y las otras, las del riachuelo de la vida que discurre a pesar de los festejos. Después de la sobremesa larguísima, cuando el último de los convidados se haya ido, cuando la luz de las farolas penetre espectral por los balcones y las ollas reclamen fregoteo, habrá que poder echar mano de un yogur desnatado, una pera o un vaso de agua con gas. Acuérdate: bolsa de hielo, colutorio, pastillas para el lavaplatos.

En la hilera atómica de la pollería, leo el periódico del día para sacarle algo de provecho a la espera: Sánchez y Feijóo han acordado a cara de perro desbloquear el Consejo General del Poder Judicial con la «supervisión» de Bruselas, al estilo Puigdemont. Vaya, parece que se ha puesto de moda la figura del mediador, que, bien mirado, habría resultado de gran utilidad en las terribles Navidades del ‘procés’. No las añoro.

En el puesto de los frutos secos, alguien ha perdido su lista de la compra, un papel apañuscado, pisoteado y con una rodada de carro. Lo recojo por si las anotaciones me refrescan la cabeza. Con la caligrafía antigua y el pulso temblón de un anciano, de alguien que no pudo estudiar, ha escrito «polborones» y salmón ahumado sin hache, una ausencia que me invade de ternura, como las gotas del ‘dry martini’ de Alcántara. Pienso en otras ausencias, las que habrá en todas las mesas, huecos que siguen anudando las celebraciones año tras año en una suerte de cadena sagrada. Felices fiestas. 

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