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Con la amnistía a cuestas

La tensión entre Sánchez y Feijóo alcanza máximos, pero no estamos en catástrofe. Moreno Bonillo pacta una solución para Doñana y el IBEX sube este año más de un 21%

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / EFE

Joan Tapia

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Felipe VI ha pedido unidad y menos enfrentamientos en la sesión constitutiva de las Cortes. Es un buen deseo. Pero vamos a una legislatura de “superbronca”, incluso más que la pasada. Y Sánchez va con la cruz a cuestas del precio de la investidura: de la amnistía. Ya he escrito que podía ser positiva para enterrar la grave crisis catalana de 2017, pero ello exigía que fuera fruto de un muy amplio consenso y no de un chantaje para la investidura.

No ha sido así y aunque la amnistía aprueba en Catalunya (55% contra 32%), en el resto de España el rechazo es muy fuerte (67% contra 27%). Con dos derivadas. Una, si se repitieran elecciones, el PP (con Vox) tendría mayoría absoluta (entre 175 y 185 escaños), y el PSOE bajaría de los 121 a los 105-110, según la encuesta de Gesop para Prensa Ibérica del lunes. La otra es que el PP, al que le duele que haya permitido la investidura de Sánchez, recurre a la amnistía para apalear al Gobierno y descalificarlo ante la opinión pública. Y ante Europa. La culpa no es solo de la amnistía porque el PP ya declaró la guerra a Sánchez en 2018 cuando la moción de censura contra Rajoy. Y con Casado y con Feijóo lleva cinco años sin cumplir la obligación constitucional de renovar el Consejo General del Poder Judicial. Todo para no perder su actual mayoría.

Pero el rechazo a la amnistía está muy vivo -y alcanza a algo más de la mitad del electorado socialista- porque además el documento infumable de pacto entre el PSOE y Puigdemont hace una síntesis con concesiones a favor del 'procés', contrarias a lo que el PSOE decía. Lo ha denunciado el propio Josep Borrell, exministro de Exteriores de Sánchez, hoy comisario europeo. Lo peor es que Sánchez cargará mucho tiempo con la cruz de la amnistía a cuestas y que Feijóo, en la oposición pese a haber sido la lista más votada, no tiene ningún estímulo para rebajar la tensión. La va a mantener para hacer de las elecciones europeas de junio de 2024 un referéndum contra la amnistía. Y contra Sánchez.

Pero no estamos en el fondo del pozo. Ni el nivel de vida de los españoles es el de la Segunda República, ni los más jabalís de los partidos (no digamos sindicatos) sueñan con tener armas. Vivimos en una Europa próspera y complicada que es, aunque limitado, un seguro de vida. Y a los ciudadanos no les gusta la guerra PSOE-PP. Ni incluso a buena parte de la clase política. El presidente andaluz del PP, Juan Manuel Moreno Bonilla, con mayoría absoluta, acaba de firmar un acuerdo con la ministra Teresa Rivera, muy próxima a Sánchez, para poner fin a la guerra del agua de Doñana. Ha retirado su ley del parlamento andaluz a cambio de que los agricultores afectados reciban indemnizaciones para abandonar sus cultivos, o convertirlos en secano. ¡Y Moreno Bonilla aporta más votantes al PP que Isabel Ayuso!

Y España tampoco se hunde. Las previsiones son medianejas (el PIB crecerá en el 2024 un 1,4%, frente al 2,4% de este y el 5% del 2022), pero por encima de la media europea. Y el Ibex ha recuperado esta semana los 10.000 puntos de antes de la pandemia y se ha revalorizado más de un 21% en el año, más de un 11% en noviembre. No, no es mérito del Gobierno. Los bancos suben por los tipos de interés y los fondos internacionales, que son los grandes inversores; no compran España sino empresas pujantes como Inditex, Aena, Amadeus, Fluidra, Indra… Pero si tan mal fuéramos, el Ibex no sería este año uno de los mejores índices de Europa.

¡Pero cuidado! Los avisos -el último de la OCDE- sobre el déficit público están ahí. No está el horno para los bollos de la vicepresidenta Yolanda Díaz, que cree que el dinero del Estado es un maná que cae del cielo. Y ya tira contra Calviño diciendo que las competencias de Trabajo son suyas, ignorando que es el Consejo de Ministros quien toma las decisiones relevantes. Pero Calviño está con un pie dentro y otro fuera. 

Y mientras, el presidente está más atento a Sumar que a la economía, lleva la cruz a cuestas de la amnistía y debe vigilar las intenciones de Puigdemont en las elecciones catalanas. Malo, porque vuelven las normas fiscales de la UE y el Banco Central Europeo ya no será el hada buena de los últimos años. Ahora dispara contra la inflación, no contra la crisis. ¿Lo sabe Sánchez?

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