Cambio climático
Ante una nueva cumbre
En Dubái, tendremos ocasión de prestar la máxima atención a los activistas más jóvenes: tienen la edad perfecta para hacer preguntas inteligentes y sumarse a encontrar las respuestas
Emilio Trigueros
Químico industrial y escritor.
Es comprensible el cansancio del lector e, incluso, confesémoslo, el del articulista, ante la perspectiva de una cumbre más sobre el cambio climático. Los titulares, inevitablemente, constatarán que “vamos mal”. Los avances se centrarán en cuestiones un tanto técnicas; mientras, la dotación de fondos de solidaridad a favor de los países en mayor riesgo, previsiblemente, se empantanará. Los grupos ecologistas recordarán las pruebas del impacto de la actividad humana en el clima, algunas tan aplastantes como la simple comparación de glaciares de montaña en fotografías de hace un siglo y de la actualidad. Antes o después, vendrá el runrún de que el crecimiento económico no puede supeditarse a las políticas climáticas, porque “lo primero es lo primero, oiga”. Y, por si este comienzo no está resultando lo suficientemente desalentador, la próxima cumbre tendrá lugar en un país que es un gran productor de petróleo… lo que constituye una crasa contradicción, según algunos. En fin, ¿de verdad son útiles unas cumbres en las que nada cambia y se habla siempre de lo mismo? La respuesta es… pues, quizás, sí.
La primera percepción que conviene matizar es la de que, año tras año, “nada cambia”. No es así. Están cambiando cosas. La acción climática es continua. La escala mundial de producción de placas solares y aerogeneradores no cesa de crecer y seguirá multiplicándose. Las grandes potencias industriales de Occidente y Asia han alineado su rumbo y sus objetivos. La hoja de ruta de la revolución industrial verde en Europa está escrita y el camino va a ser apasionante. ¿Hay cosas en el “debe”? Sin duda. La más evidente es que el Norte industrial tiende a dejar en una “habitación aparte” al Sur no industrial, y tiene dificultades para afrontar una conversación más franca y humilde, libre de hipocresías y paternalismos, con sus países.
En cada cumbre del clima nos jugamos dos bienes colectivos que conciernen a todo ciudadano: la estabilidad de la atmósfera de la Tierra y una comunicación pública abierta y real. Cuando están claros los fines compartidos, es más sencillo repartir tareas y responsabilidades. En Dubái, tendremos ocasión de prestar la máxima atención a la vehemencia de los activistas más jóvenes: tienen la edad perfecta para hacer preguntas inteligentes y sumarse a encontrar las respuestas, y están demostrando una energía que ha logrado cambiar la conversación global sobre el clima y las prioridades de inversión tecnológica. Una conversación global en la que necesitamos escuchar con más nitidez a las sociedades árabes para entender sus horizontes de desarrollo: bienvenida y pertinente, por tanto, una cumbre en el Golfo Pérsico. Los foros del clima diseminan conocimiento, propagan lecciones, permiten a organismos públicos y empresas intercambiar visiones del horizonte. Y, tanto como los logros concretos, importa que marquen hitos de un trabajo que continuará durante el año.
Por cierto, una última precisión: no es cierto que “vamos mal”. Vamos en la dirección correcta; la cuestión, ahora, es cómo ir a la máxima velocidad posible. De eso, justo, se hablará en Dubái.
Y nos interesa a todos.
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