Incidente incómodo

Encerrados en un ascensor

Procuro evitar subir en uno con porteros de discoteca, culturistas o similares. Prefiero a alguien con quien disputarme de igual a igual quién se come primero a quién

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Ascensor en un bloque de pisos.

Ascensor en un bloque de pisos. / El Periódico

Carles Sans

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Dicen que el ascensor es el medio de transporte más seguro que existe, su índice de siniestralidad está muy por debajo del de otros medios como el avión, el barco y los vehículos rodados, cuya siniestralidad es mucho más alta. Tengo una amiga con fobia a los ascensores y escala a pie hasta el piso que sea necesario. Personalmente nunca tuve ese problema hasta la noche en que me quedé encerrado en un ascensor pequeño con un desconocido dentro.

Era un tipo corpulento que me sacaba palmo y medio. Era invierno y ambos llevábamos abrigos gruesos, lo que empequeñecía aún más el volumen de la cabina. Lo primero que hicimos fue apretar el botón de destino con insistencia, como creyendo que si lo haces así, el ascensor se pondría en marcha. Nada. Al principio aquel Hércules y yo intentamos reaccionar como si la situación careciera de importancia. Tocamos el timbre de alarma. Sonaba muy mal, aquello no era una alarma contundente y sonora, parecía más bien el timbre de una bicicleta; aquel timbre escuchimizado no auguraba nada bueno.

Para distender un poco la situación, y supongo que por aquello de que llevo un comediante dentro, se me ocurrió soltar una gracia, y le dije a aquel hombre tan corpulento que, si tardaban en rescatarnos, habría que empezar a pensar quién se comería a quién. Un mal chiste que, en aquellas circunstancias, aquel tipo lo encajó regular. Se hizo el silencio.

El aire se iba cargando más deprisa de lo que podía imaginar. Llamé con el móvil a la casa donde iba. Desde allí intentaron localizar a uno de esos porteros que no están nunca en su portería. Pasaban los minutos y allí nadie acudía a nuestro rescate. Mis chistes dieron paso a un "no perdamos la calma" dicho sin ninguna convicción. El coloso del abrigo ya no lo llevaba, se lo había quitado cuando empezaron a caerle las primeras gotas de sudor por una frente cada vez más pálida. El espejo se había empañado y allí no pasaba nada. En ese momento y con muy poca fe, agarré las dos puertas metálicas del ascensor y las intenté separar con todas mis fuerzas. Inexplicablemente se abrieron, y en lugar de un muro, había la puerta de uno de los pisos. La empujamos y saltamos al rellano. El hombretón del abrigo no me dijo ni adiós

¡Menos mal! Me he preguntado muchas veces qué hubiera ocurrido de haber seguido unos minutos más entre aquellas cuatro paredes metálicas. Si aquel gigante se hubiera desmayado, me hubiera aplastado, y ambos hubiésemos muerto por dos asfixias diferentes.  

Cuando cedieron las puertas me sentí orgulloso de mí mismo, el héroe de la película. El mérito fue de David, no de Goliat. Desde entonces procuro evitar subir en ascensores con porteros de discoteca, culturistas o similares. Prefiero a alguien con quien disputarme de igual a igual quién se come primero a quién.

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