Limón & vinagre
Josep Cuní

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Periodista.

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Leonor de Borbón: una cuestión de confianza

La Princesa de Asturias y de Girona tiene el futuro diseñado y las expectativas marcadas, pero esto no anula el grado de incertidumbre que dicen las encuestas que determinan a los miembros de su generación

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Estos son quienes se niegan a asistir a la jura de la Constitución de Leonor

Leonor jura la Constitución en su 18 cumpleaños

Leonor jura la Constitución en su 18 cumpleaños / JAVIER SORIANO / AFP

La confianza también tiene sus detractores. Generalmente, aquellos que han sido sorprendidos por el resultado de una vana esperanza o pecaron de un exceso de ingenuidad. Convertidos en suspicaces acérrimos, recelan porque ven el peligro acechando en las esquinas. Aun así, los demás no cejamos en el empeño de intentar ser creíbles ejerciendo, con mayor o menor acierto, el arte de la persuasión para que nos consideren personas de fiar. De ahí la necesidad de reclamarla a sabiendas de que, en realidad, la confianza no se pide, se gana. Y esto se hace cumpliendo promesas y siendo consecuente con palabras y actos.

Pero siempre hay una primera vez en la que, por estrenarte en las nuevas relaciones, debes escribir tus intenciones en una página en blanco. Y este momento, personal e intransferible, a ojos de los demás se puede ver condicionado por negativos antecedentes familiares, como si el engaño practicado por los antepasados formara parte de la herencia recibida.

Este ha sido uno de los argumentos de los políticos que declinaron acudir al acto de la jura de la Constitución de la hija mayor del actual jefe del Estado. Ven en ella lo que es cierto, la continuidad de una estirpe en la que pesan más los recelos que las seguridades, pero obvian lo que deja claro el ritual celebrado en el Congreso: que es la heredera la que se pone a disposición del pueblo y su voluntad, a diferencia de lo que marcaron siglos de excesos y abusos. Por ilustrados que algunos fueran. O que la estirpe fue recuperada por un dictador que, aun intentando dejarlo todo atado y bien atado, de levantarse hoy no reconocería a este país como no lo haría ni la madre que lo parió en afortunada declaración de lejanas intenciones de Alfonso Guerra cuando se creía intocable. Tampoco lo fue.

Con estos mimbres de aire republicano, Leonor de Borbón y Ortiz (Madrid, 31 de octubre de 2005) empezó el martes a trazar su trayectoria sabiendo a qué se enfrenta. El paralelismo con el momento parecido que inauguró su padre hace 37 años sirve de poco, a tenor de lo que están suponiendo los cambios de siglo y milenio, excepto por las palabras del entonces presidente del Congreso, Gregorio Peces-Barba, que su sucesora Francina Armengol entendió plenamente vigentes.

Fue en su primer discurso institucional cuando la también Princesa de Asturias y de Girona pidió confianza. Y lo hizo como lo haría cualquier chica o muchacho de su edad ante sus progenitores cuando debaten las intenciones, los deseos, los anhelos y las posibilidades de quien emprende vida propia y quiere volar por su cuenta. Tampoco es el caso de Leonor. A diferencia de sus coetáneos, tiene el futuro diseñado y las expectativas marcadas, pero esto no anula el grado de incertidumbre que dicen las encuestas que determinan a los miembros de su generación. Solo que si a sus compañeros de promoción les puede la pregunta de si les va a quedar algo del mundo que ven descomponerse, la heredera también alberga la duda de si podrá mantener y adecuar la institución en el horizonte de su mirada, ayudando a superar las múltiples crisis que marcan este tiempo incierto. Y en su caso, además, supeditada a los condicionantes de un escrutinio estricto y permanente que, en palabras de Virginia Woolf, supone que los ojos de los demás sean su prisión y sus pensamientos la jaula.

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