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Gaza agudiza la polarización de las opiniones públicas

Biden visita Israel y se reúne con Netanyahu

Biden visita Israel y se reúne con Netanyahu / BRENDAN SMIALOWSKI / AFP

Albert Garrido

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La rotundidad de las declaraciones de Joe Biden y su gestión de la crisis de Gaza y las de los líderes árabes están íntimamente relacionadas con el estado de ánimo y la reacción emocional de las opiniones públicas, en las que pesan tanto los datos objetivos que suministra la guerra como las emociones a flor de piel. Una barrera se interpone entre la posibilidad de abordar la situación más allá de las pasiones. La ideología espontánea que comparte una parte importante de Estados Unidos y el resto de Occidente en menor medida, y la que cobija la calle árabe otorgan a las partes, cada una en su entorno, un espacio de confort porque sintonizan con el cúmulo de ideas preconcebidas, de aproximaciones a priori. Las reglas del juego en la formación de la opinión pública, explicadas hace un siglo por Walter Lippmann, siguen siendo plenamente vigentes; nada escapa a ellas, menos aún cuando la carnicería tiene las proporciones que tiene desde el 7 de octubre.

En las declaraciones de Biden, en su visita a Israel para abrazar a Binyamin Netanyahu y en la consideración que ha hecho de las víctimas civiles en Gaza como consecuencia inevitable de la guerra, pesa tanto el apoyo específico a Israel como la influencia y peso de la comunidad judía de Estados Unidos. En el parón árabe en el acercamiento a Israel, cuya última etapa debía ser la normalización de relaciones de Arabia Saudí con el Estado judío, pesa tanto la historia de la conflictiva relación del orbe árabe con su vecino como la opinión mayoritaria de la población árabe sin distinción de países: el agravio palestino es algo compartido desde Marruecos al golfo Pérsico. La convicción colectiva, de un lado, de que hay que proteger a Israel, y del otro, de que hay que liberar a la sociedad palestina del sometimiento pesa más que cualquier otra consideración.

En este ambiente de emotividad extrema, corregido y aumentado por el recuento de muertos y heridos, es limitada la influencia de los medios liberales, de las reflexiones informadas. Resulta significativo que, en el fragor de la batalla, el diario progresista israelí Haaretz se prodigue en análisis que ponen al descubierto la desproporción entre el zarpazo de Hamás y la estrategia de tierra quemada llevada a la práctica por el Gobierno. En su editorial del jueves, argumentaba por qué el ministro de Seguridad, el ultraderechista Itamar Ben-Gvir, líder del partido Poder Judío, debería ser destituido por su predisposición a la política de aniquilación de la comunidad palestina, pero lo cierto es que la popularidad del ministro ha subido como la espuma. Los seguidores y votantes de Ben-Gvir no son mayoría, pero es un hecho su influencia en la formación de una opinión pública traumatizada.

Ni siquiera recordando la victoria de Hamás en las elecciones de 2006 es posible dar por seguro que Ismail Haniya, líder del movimiento y exiliado en Catar, es el dirigente más popular en Gaza, pero no hay duda de que su aceptación va en aumento a cada día que pasa, mientras se multiplican los bombardeos en la Franja en un castigo indiscriminado que viola el derecho internacional humanitario. Es posible que el golpe de mano del 7 de octubre sumara voluntades del lado de Hamás, pero cuando la multiplicación de adhesiones ha crecido exponencialmente ha sido en cuanto Israel ha puesto en marcha la máquina del carpet bombing (alfombra de bombas) o bombardeos de saturación. Como ha dicho el portavoz de una organización humanitaria presente en Gaza, una parte importante de una juventud sin esperanza ni fututo opta por empuñar las armas cuando avizora que es el único recurso que le queda.

Cada vez que analistas sensatos advierten a Israel de que adentrarse en Gaza será la ocasión para una “catástrofe humanitaria, moral y estratégica”, como la ha definido Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group, sientan ante un espejo al Gobierno de Binyamin Netanyahu para apercibirle del error que está dispuesto a cometer. Como otros muchos, Bremmer solo ve en el plan “satisfacer la demanda israelí de venganza”, pero teme los resultados y recuerda el doble desastre de Estados Unidos con las ocupaciones que siguieron a las guerras de Afganistán (2001) e Irak (2003). Por cierto, Ian Bremmer entiende el deseo israelí de destruir Hamás, pero cree acertadamente que debe prevalecer la salvaguarda de la vida de los rehenes en poder de los islamistas -más de 200- y la reducción del impacto humanitario de una operación que incluso la Casa Blanca intenta parar a pesar de su referencia constante al derecho de Israel a defenderse.

¿Acaso esta prevención ante el error en ciernes alcanza a la opinión pública israelí, al menos a su inmensa mayoría? Es más que dudoso. En la densidad de una atmósfera calentada durante semanas por un Gobierno exaltado, que no previó ni de lejos el ataque de Hamás, toda muestra de determinación rinde frutos y ancla a la mayoría en sus convicciones más elementales, más esquemáticas. En una sociedad militarizada hasta lo inimaginable como la israelí, la tendencia mayoritaria es desfilar sin disidencias detrás del comandante en jefe y pedir explicaciones después de la victoria por los fallos que haya podido cometer antes de la guerra.

“Lloro por todas las víctimas que están sufriendo”, titula su último artículo Nicholas Kristof en The New York Times”. “En el olvido de la causa palestina está el origen del estallido de injustificable violencia terrorista”, escribió hace unos días el diplomático Jorge Dezcallar en EL PERIÓDICO. “Desde hace años, vivir en Gaza es como vivir sin aire”, declara a una televisión francesa una ciudadana israelí, colaboradora en una oenegé que trabaja en la Franja. En el cruce de estas y otras frases habita el alto el fuego humanitario que se reclama desde diferentes foros. Sin embargo, es dudoso que voces de ese tenor lleguen a opiniones públicas decantadas desde hace decenios. Todo resulta nauseabundo en las guerras, y esa no es una excepción desde que en 1948 el triunfo de Israel fue la nakba (catástrofe) para los palestinos y un pueblo con tierra desde tiempo inmemorial se quedó sin ella.