Error del sistema

Morir como chinches

De los cines al transporte: la plaga de las chinches azota París

Las redes se inundan de vídeos e imágenes impactantes de la plaga de chinches que azota París

Las chinches se ven en un sofá cama, cerca de París.

Las chinches se ven en un sofá cama, cerca de París. / REUTERS/Stephanie Lecocq

Emma Riverola

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París, la ciudad del glamur, el amor y la baguette, está infestada de chinches. Una invasión que se ceba en el cuerpo de los vecinos y desangra su orgullo. Escuelas cerradas, hospitales en pie de guerra, cines, teatros, medios de transporte… Bajo el tapizado de las butacas, en los resquicios del sofá, en las costuras del colchón o incluso en las grietas de las paredes se esconden esos bichejos chupasangres esperando que llegue la oscuridad. Su hora preferida para saciar el apetito es poco antes del amanecer. Emergen de sus escondites y guiados por el calor que desprenden los cuerpos y el dióxido de carbono exhalado de la respiración atacan a sus víctimas. Con sus mandíbulas en forma de aguja penetran la piel hasta encontrar un capilar. Tardan entre 5 y 10 minutos en llenarse de sangre. La picadura es indolora. Solo al cabo de unas horas empieza la comezón. ¡Ah!, un dato más: su tasa de reproducción es alarmantemente rápida. 

“Estos pequeños insectos están sembrando la desesperación en nuestro país”, espetó una diputada en la Asamblea Nacional agitando un potecito con chinches muertas. Y algo de razón tiene. Hay vecinos ya no quieren ir a los cines. Otros evitan el transporte público. Muchos están pagando facturas abusivas para que desinfecten sus casas. Los chinches son reales, aunque la psicosis colectiva los convierte en omnipresentes. 

Propagada por las redes sociales, reforzada por los medios de comunicación, utilizada por la oposición y replicada por el gobierno, la plaga se ha convertido en un drama nacional. Una suerte de cuestión de estado que está provocando una movilización exagerada no exenta de demagogia. Los expertos señalan como culpables a los viajeros que saltan de país en país y al calentamiento global. Un infortunio más a la larga lista de desgracias producidas por el cambio climático: aumento de temperatura, sequía, deforestación, escasez de alimentos, hambrunas y, sí, también plagas. 

Aunque comprensible, no deja de resultar paradójico el espanto que producen unos bichejos inofensivos para la salud (aunque asquerosos) y la indiferencia ante los estragos del cambio climático. Un "futuro distópico que ya está aquí", anunció la ONU hace escasas semanas. "Una enfermedad silenciosa que afecta a todo el mundo", ha afirmado el papa Francisco esta semana. Los desplazados por la crisis climáticas se cuentan por millones. 

Ojalá esas picaduras inocuas tuvieran el poder de hacernos sentir la realidad a la que nos enfrentamos. Morir como chinches es algo más que una metáfora. 

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