¿Quo vadis, Esquerra?

Esquerra corre el riesgo, en su continua subasta retórica con Junts, de desandar su meritorio camino hacia el pragmatismo y caer por el precipicio de la marginalidad

Aragonés celebra que haya una "posición conjunta" para negociar y receta "firmeza" para conseguir la autodeterminación

Aragonés celebra que haya una "posición conjunta" para negociar y receta "firmeza" para conseguir la autodeterminación / ACN

Ernest Folch

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Una de las consecuencias menos visibles pero más trascendentes de las elecciones generales del 23J ha sido el movimiento tectónico que ha sacudido el interior de Esquerra. Mientras el protagonismo y todos los focos se los han llevado Junts y Puigdemont, con su novedoso movimiento de negociar e intentar volver a la política, es interesante poner un momento la lupa en este actor de repente secundario y ahora apartado a un rincón del tablero, que ostenta sin embargo la presidencia de la Generalitat.

Para entender el momento delicado en el que vive hoy Esquerra hace falta echar la vista atrás. Desde el 1-O, y especialmente desde la sentencia del 'procés', Esquerra protagonizó un meritorio pero tortuoso viaje desde la retórica inflamada hasta el realismo más ingrato. Junqueras tuvo que aguantar un reguero de insultos y de descalificaciones y se convirtió en el 'botifler' oficial del soberanismo frustrado, pero su constancia tuvo premio: sus complejos equilibrios con el PSOE desembocaron en los indultos, se quedó el centro político, y obtuvo por los pelos la primera posición dentro del independentismo, con la que pudo lograr la presidencia de la Generalitat.

La competencia diabólica con Junts le llevó a ensoñaciones retóricas puntuales, como el día de la investidura en el que Aragonès balbuceó, por supuesto sin creérselo, que el objetivo de la legislatura era "culminar la independencia". Pero fueron pequeñas recaídas sin importancia, como de un viejo adicto a la retórica procesista, que se fueron diluyendo con la salida de Junts del Govern y la desinflamación general. Hasta que llegó la doble cita electoral: en las municipales Esquerra ya recibió un serio aviso, pero las elecciones del 23J terminaron en debacle: el partido de Junqueras perdió la mitad de votos (400.000) y de escaños (6) respecto al 2019. El tortazo venía además con una sorpresa bajo el brazo: el destino dejó a su archienemigo Junts con la llave definitiva de la investidura. Los dos sacaron resultados paupérrimos (fueron cuarta y quinta fuerza en votos), pero Puigdemont, a diferencia de Junqueras, pudo tapar su fracaso con su nuevo protagonismo político.

A medida que han pasado las semanas, y gracias también a las reacciones histéricas de la derecha del PSOE y de toda la extrema derecha mediática, la notoriedad de Puigdemont no ha hecho sino aumentar exponencialmente. Esquerra, arrinconada y sin peso mediático, ha reaccionado curiosamente de la peor manera posible: en lugar de mantener su posición, ha caído en la tentación de aumentar los decibelios retóricos y volver a desandar el camino del pragmatismo. Este lunes el propio Aragonès hablaba de impulsar un nuevo referéndum que sabe que hoy no es posible para dejar claro que "no basta" con la amnistía. En la subasta eterna e insomne del independentismo ahora Esquerra quiere de repente ser el que hace la puja más alta, como si quisiera regresar al punto original en el que el Rufián de las "155 monedas de plata" le recriminaba a Puigdemont no ser suficientemente audaz.

¿De verdad desea Esquerra volver a ser el más puro de la clase? Es cierto que al partido de Junqueras no se le ha reconocido suficientemente su épico 'vía crucis' hacia la normalidad, pero corre el grave riesgo de perder la centralidad que tanto le había costado conquistar. Nadie le pide que deje de ser independentista, pero la frustración actual no debería llevarle al pataleo continuo (como antes Junts) y, lo que es peor, a sabotear un gran éxito como la amnistía solo porque lo ha negociado su rival. Atención, porque en política bastan cuatro exabruptos retóricos mal calculados para caer directamente por el precipicio de la marginalidad.

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