Opinión

El nuevo peso de la alimentación en la cesta de la compra

Archivo - Frutas y verduras en un supermercado.

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Eduardo López Alonso

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El alza de los precios ha llegado para quedarse. Cuando los precios suben se establecen nuevas relaciones psicológicas con los consumidores y en ocasiones esa subida que parecía desorbitada se consolida como normal tras un cierto tiempo. Un ejemplo de ese fenómeno ha pasado con los teléfonos móviles, que han superado los 2.000 euros cuando hace pocos años estaban en rangos de precios en gamas altas mucho más bajos. 

En el caso de la alimentación, depende también de los consumidores que algunos precios se consoliden o no. Se habla mucho del encarecimiento del aceite, en gran medida coyuntural, pero parece que nadie se fija demasiado en otras categorías de productos que se han disparado y aspiran a consolidarse en nuevos baremos (segmentación de mercados). Desde el agua de Vichy, que ha pasado de costar 1,19 euros a 1,75 euros. O las latas de bebidas, que han pasado de 60 céntimos a coquetear con el euro. Cada consumidor conoce múltiples casos en función de sus hábitos.

Hay un dato que pocas veces se recuerda sobre lo que supone la alimentación en el gasto de las familias. Contaba Jordi Valls, recién elegido presidente de Mercabarna, que en los años 70 la alimentación suponía el 43% el gasto de las familias, cuando en la vivienda se gastaba el 11% y en transporte el 4%. En 1992, la alimentación bajó al 29% y hoy está en torno al 15%, tras un proceso de terciarización de la economía. La vivienda supone actualmente el 48%, y el transporte el 17%. Quizá la tendencia sea ahora en contexto de inflación que la alimentación suponga algo más en el gasto de las familias. Pero la inflación impacta de manera desigual en los alimentos y bebidas. Son precisamente los productos elaborados los que están incrementando más sus precios en los últimos meses, pese a que proliferan las acusaciones al sector primario. Frente a las críticas desatadas al alza de los productos agrícolas, lo cierto es que recurrir ahora a los productos básicos y huír de los envasados contribuye a reducir el precio de la cesta de la compra. Ajustar el tamaño de la cesta es clave. Es real que el zumo natural exprimido en el super ha pasado de 3,5 euros a casi seis, pero no deja de ser un producto algo especial. Por el contrario, hacer una ensalada en casa es relativamente barato o hacer una tortilla o un suculento arroz. Pero la elaboración industrial o a la compra de productos 'bio' comporta incrementos de precios relevantes sobre el producto de base, por lo que son malos tiempos para la innovación alimentaria salvo para las rentas más altas. Algunos temen que se pueda producir en España ese fenómeno habitual en los países del tercer mundo en los que es más barato comer en un pequeño restaurante que en casa. O que ir al supermercado sea mucho más caro que volver a los mercados tradicionales ajustando las raciones. Los márgenes del sector de la distrbución se han disparado hasta más del 10% con la inflación. Como reacción, los consumidores compran menos, la cesta de la compra es más pequeña, según constata la consultora Kantar. Los consumidores compran más en proximidad, y piensas menos en la despensa. Quizá es momento de comer mejor, con menos procesados, menos bebidas envasadas y destinando más a productos frescos de temporada. Parece ser que la mayoría empieza a aplicar esa estrategia.