Investidura
Astrid Barrio

Astrid Barrio

Profesora de Ciencia Política de la Universitat de València. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO

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Representación, voto de conciencia y transfuguismo

Apelar a la conciencia de los diputados, como se ha hecho desde el PP en una cuestión polémica como es la amnistía y la autodeterminación, no es más que apelar al cumplimiento de una idea primigenia de la representación

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El primer pleno y debate de investidura del candidato Feijóo, en el Congreso de los Diputados, el 26 de septiembre de 2023.

El primer pleno y debate de investidura del candidato Feijóo, en el Congreso de los Diputados, el 26 de septiembre de 2023. / David Castro

La primera votación del debate de investidura de Alberto Núñez Feijoo se saldó sin sorpresas, ya que el candidato popular no fue capaz de movilizar más apoyos que los 172 de los que ya disponía de antemano: los 137 de su grupo, los 33 de Vox, el de la Unión del Pueblo Navarro y el de Coalición Canaria. Y en la segunda votación, en la que ya no se requería la mayoría absoluta sino tan solo más síes que noes, Feijóo tampoco ha resultado escogido, no ha habido sorpresas y las apelaciones al voto de conciencia hechas preventivamente desde la filas del PP a aquellos diputados disconformes con el eventual compromiso del PSOE con una amnistía al proceso soberanista y con un referéndum de autodeterminación, no han surtido efecto.  

Pero aunque esto no haya sucedido, el debate en torno al rol de los diputados y al papel de su conciencia, y por tanto, en relación a su función como representantes en nuestros sistemas democráticos resulta del todo pertinente. El debate, no el ruido interesado y simplificador que ha concluido que esas apelaciones eran pura y llanamente una llamada al transfuguismo.

Y para abordarlo es preciso recurrir a la noción clásica de representación surgida en los orígenes del parlamentarismo y que debe mucho a la formulación del primero diputado y, luego, gran el teórico del liberalismo conservador, Edmund Burke, en su 'Discurso a los electores de Bristol' (1774). En esa célebre disertación, Burke puso fin a la concepción de la representación propia de la sociedad estamental medieval, según la cual los representantes eran meros delegados de los intereses de sus representados y debían permanecer fieles a su mandato, al tiempo que sentó las bases de una nueva concepción, que dotaba de autonomía a los representantes y convertía al Parlamento en ‘una asamblea deliberante de una nación con un interés: el de la totalidad donde deben guiar no los intereses y prejuicios locales, sino el bien general que resulta de la razón general del todo’. Desaparecía así el mandato imperativo, que además acabaría siendo prohibido en muchas constituciones como la española, y se consagraba la idea del mandato representativo, según el cual los representantes lo son de toda la nación y cuya misión en el Parlamento es la de deliberar y la de intercambiar puntos de vista con el objetivo de articular grandes consensos, a partir de los cuales discernir el interés general.

Desde esta perspectiva, apelar a la conciencia de los diputados, como se ha hecho desde el PP en una cuestión altamente polémica como es la amnistía y la autodeterminación –si se materializasen– , no es más que apelar al cumplimiento de una idea primigenia de la representación. Una idea, seguramente tan noble como ilusa, que se ha ido desvirtuando a lo largo de los siglos como consecuencia de la propia evolución de los sistemas políticos representativos y del protagonismo que han adquirido los partidos políticos, hasta el punto de dar lugar a lo que Bernard Manin definió como la democracia de partidos. Un modelo que sucede al de la democracia representativa y se caracteriza porque el núcleo de las decisiones políticas ya no son los parlamentos sino los partidos políticos, convertidos en los actores centrales del sistema. Y si a eso añadimos que nuestro sistema electoral tiene una modalidad de listas cerradas y bloqueadas, que otorga a los partidos el poder de designar a los candidatos, se entiende hasta qué punto el mandato representativo ha sido sustituido por la disciplina de partido, algo que al fin y al cabo no deja de ser una versión contemporánea del mandato imperativo que parecía abolido. 

Visto así, se entiende que, para algunos, apelar a la conciencia equivalga a apelar al transfuguismo, una práctica censurada por parte de todos los partidos, no en vano desde 1998 está vigente el Pacto Antitransfuguismo, un acuerdo que se propone desincentjvar esta conducta y que se fundamenta, precisamente, en la asunción de que los diputados no lo son de la nación sino de una parte y que se deben a esa parte. Y esto es algo muy asumido, pero que no deja de ser una perversión de la idea moderna de representación. 

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