Investidura
Ernest Folch

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Editor y periodista

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Maravillosa amnistía

Habrá que aprender a conjugar verbos dolorosos como ceder, transigir o renunciar: la alternativa a la amnistía es el desierto de un Gobierno de extrema derecha

Puigdemont: "Las condiciones no las pone quien te pide ayuda"

Aznar apoya el acto de Feijóo contra la amnistía: "Estaré donde el PP me pida"

Carles Puigdemont

Carles Puigdemont / EFE/EPA/OLIVIER HOSLET

Una de las virtudes de la irrupción de este meteorito llamado amnistía que ha impactado de lleno sobre la política española ha sido la de volver a recordar que el problema catalán sigue existiendo. Porque hay quien ha confundido el colapso del 'procés', en muerte clínica por la ensoñación del unilateralismo imposible y las peleas fratricidas entre independentistas, con la desaparición del conflicto en Catalunya. Una cosa es que no sea ahora mismo la principal prioridad de la sociedad catalana, otra muy diferente es que se haya evaporado para siempre. De ahí la furia del PP y de un sector del PSOE, que se creyeron vencedores con la salvaje sentencia del 'procés', empezaron a despertar con los indultos y ven ahora como la amnistía les devuelve a una realidad en la que necesariamente la única solución posible será algo parecido a un empate. Pero esta amnistía que en la España carpetovetónica exacerba la idea prefabricada de un Pedro Sánchez diabólico, tiene también consecuencias imprevisibles en el siempre complejo campo independentista. Porque, de la misma forma que la amnistía ya ha empezado a ocasionar un desgaste notable en el PSOE de Pedro Sánchez, crucificado a pesar de que todavía ni siquiera ha pronunciado la palabra, la amnistía tampoco será gratis para Junts, ni siquiera pudiéndola exhibir como un trofeo.

La primera renuncia de Puigdemont fue no mencionar el referéndum en su solemne comparecencia y aceptar el marco mental de Pedro Sánchez de hablar esencialmente de la amnistía. La segunda está por llegar, y consistirá en renunciar a la amnistía como un "pago previo por adelantado" y, como mucho, se convertirá en un logro simultáneo al de la investidura. La tercera renuncia es la más difícil, y consistirá no en renunciar a la independencia, pero sí a la unilateralidad. Pretender hacer 'tábula rasa' sin dejar la retórica de la confrontación fuera de la legalidad es una ilusión imposible, como saben los mismos que la promueven. Estos días asistimos a declaraciones altisonantes de dirigentes de Junts, que proclaman que "no renunciaremos a nada" y "nunca abandonaremos el unilateralismo". También el PSOE decía en campaña electoral que la amnistía era "inviable", y Sánchez sabe que tendrá que tragarse el sapo de su propia contradicción. Por eso la amnistía es maravillosa: porque sacude el tablero político, y obliga a los partidos a entrar en una nueva dimensión. La amnistía no romperá España ni provocará ningún apocalipsis, como sugieren Aznar y Felipe González (ahora unidos desde sus puertas giratorias), pero sí que puede romper los viejos equilibrios de la transición, de ahí el drama. El problema para el independentismo es que debe rehacer y refundar el discurso del que ha estado viviendo la última década y debe encontrar una nueva hoja de ruta, esta vez posible y realista. La amnistía fuerza a todo el mundo, dogmáticos incluidos, a conjugar nuevos y olvidados verbos como ceder, transigir, y hasta renunciar. En política no hay nada más incómodo que moverse y contradecirse. La alternativa para los que quieren morir con su coherencia a cuestas es un Gobierno de extrema derecha de incalculables consecuencias.