Debate político
Jordi Nieva-Fenoll

Jordi Nieva-Fenoll

Catedrático de Derecho Procesal de la Universitat de Barcelona.

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El engaño de la extrema derecha

Al contrario de lo que suelen vociferar, los ultraconservadores no creen en un sistema de libertades, sino que aspiran a la creación de una élite y una población vasalla a su servicio

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El candidato de Vox a la Presidencia del Gobierno de España, Santiago Abascal, durante el seguimiento de la jornada electoral de los comicios generales en la sede de Vox, a 23 de julio de 2023, en Madrid (España). Todos los españoles han sido llamados hoy

El candidato de Vox a la Presidencia del Gobierno de España, Santiago Abascal, durante el seguimiento de la jornada electoral de los comicios generales en la sede de Vox, a 23 de julio de 2023, en Madrid (España). Todos los españoles han sido llamados hoy / A. Pérez Meca - Europa Press

Una amenaza se cierne ya desde hace tiempo sobre nuestras libertades. Me refiero a la extrema derecha, que es el nombre que ahora reciben las ideologías ultraconservadoras nostálgicas de los antiguos imperios y sus leyes tradicionales. Esa nostalgia hace que sean esencialistas de los territorios, aborreciendo el federalismo y siendo expansionistas en su caso, refractarios con la inmigración o la diversidad lingüística -son conservacionistas de la pureza de su grupo humano-, y que adopten posiciones retrógradas en general, sea en materia económica preconizando el fin de los controles estatales sobre la actividad comercial; sea en materia sexual, siendo reticentes de un modo más o menos explícito a la homosexualidad, la transexualidad, el aborto o la reproducción asistida; sea en materia de disponibilidad sobre la propia vida, siendo contrarios a la eutanasia. La enumeración es más larga, pero el resumen es la vuelta a cómo fue la sociedad en ese período en que creen que sus imperios fueron felices. Justamente eso es lo que les diferencia de la extrema izquierda, igualmente autoritaria e incluso puritana, pero sin esa nostalgia imperial.

Sin embargo, todo lo anterior es un simple engaño masivo con fines económicos. Al contrario de lo que suelen vociferar, la extrema derecha no cree en un sistema de libertades, sino que aspira a la creación de una élite y una población vasalla a su servicio. De ahí viene su neoliberalismo en lo económico, que con drásticas bajadas de impuestos solo busca eliminar el Estado del bienestar, acentuando así el poder de la élite económica respecto a las clases medias por fortuna aparecidas durante el siglo XX, y que desean eliminar para que no compitan con esa élite. Justamente esa visión económica y el esencialismo imperial les hace sentirse cómodos con el rechazo a la inmigración, con frecuentes declaraciones racistas relacionando, sin fundamento alguno, algunos delitos con esa población extranjera. Se hacen eco de tópicos falsos con el objeto de obtener votos de personas que habitan en barrios de rentas bajas y tienen problemas de convivencia con esta población. Qué poco sospechan los pobladores de esos barrios que su precariedad económica no es lo que van a reparar, sino lo que desean para toda la población en general, a fin de tener mano de obra barata y autóctona… Esclavos de nuevo cuño que, agradecidos por su igualitaria y estable pobreza, aclamen a sus líderes protectores.

Tampoco saben que la “seguridad ciudadana” que vende la extrema derecha es solamente dar rienda suelta a las arbitrariedades policiales, que afectan a cualquiera que le caiga mal a un policía. También creen que en las dictaduras no hay corrupción porque no existe la libertad de información, que es lo que permite que la conozcamos -y la persigamos- en las democracias.

Muchos trabajadores pensaron que con la democracia vivirían como las élites. La izquierda les prometió incluso la “dictadura del proletariado”… Por ello, pese a que en nuestras democracias europeas los niveles de redistribución de la riqueza son cada vez más altos, los perciben insuficientes, y en ese punto se dejan embaucar, tal y como les pasó a los alemanes con exactamente ese mismo discurso en boca de Hitler. Atraídos por las supuestas glorias imperiales antiguas, que conectan con el nacionalismo siempre latente en grandes sectores de la población, la clase trabajadora se deja llevar por un discurso que creen cercano, pero que solo busca, no destruirla, sino convertirla en siervos agradecidos a su líder, cuya riqueza con frecuencia increíblemente admiran como parte de la gloria imperial, aunque no toquen esa riqueza ni con la punta de los dedos, al contrario de lo que ocurre, aunque no se den cuenta, en las democracias.

Es por ello por lo que las democracias deben persistir en el reparto de la riqueza y visualizarlo, haciendo divulgación de cómo vivía la población en ese pasado imperial. Sobran documentos escritos y gráficos al respecto. Y conseguir convencer a los grandes empresarios de que deben arrimar el hombro, no sea que esperando a un fascista amigo aparezca un Stalin. Respetar en democracia los privilegios de las élites, que hoy, por cierto, son las grandes empresas, solo conduce al pueblo a desear la dictadura.

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