Cine y arqueología
Jordi Serrallonga

Jordi Serrallonga

Arqueólogo, naturalista y explorador. Colaborador del Museu de Ciències Naturals de Barcelona.

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Cinema Paradiso

Cómo un viaje arqueológico y naturalista de verano puede desembocar, gracias a la magia, en el cine de nuestra niñez... o en legendarias historias de amor

Leonard Beard

Leonard Beard

Tras el estreno de 'Indiana Jones y el Dial del Destino' –cita muy esperada para este primate y arqueólogo nómada– partí hacia el tacón de la bota italiana: Apulia. Las aventuras de dos colegas –el retirado Dr. Jones y su ahijada Helena Shaw– eran el aliciente perfecto para una anhelada expedición: ir en busca de megalitos prehistóricos y, de paso, documentar animales invisibles. Solo el azar hizo que, como Helena e Indy, también acabase topando con la magia. «No creo en la magia, pero a lo largo de mi vida he visto cosas que no puedo explicar. Y mi conclusión es que no importa tanto lo qué creas… sino la intensidad con que lo hagas» (Indiana Jones 'dixit').

Así, inspeccionadas las conchas de Nautilus –fósil viviente– del Museo Malacológico de Vieste, anduve hasta una magnífica formación geológica: el Faraglione de Pizzomunno. Visité la oficina de turismo y Mattea fue tan amable de explicarme una leyenda de los tiempos en que Vieste era un pequeño pueblo de pescadores. Uno de ellos, Pizzomunno, estaba enamorado de Cristalda, y viceversa. Amor verdadero que ni tan siquiera el canto de las sirenas socavó; por lo que, encolerizadas, secuestraron a Cristalda. Él acabó petrificado en un farallón de 25 metros de altura. Cada cien años, el 15 de agosto, ella regresa a tierra firme y el Faraglione de Pizzomunno adopta forma humana.

Pensando en Cristalda, al oscurecer di con otro bastión retornado a la vida: el Cinema Paradiso o, dicho de otra manera, el Cine Stadium. Tuve que frotarme los ojos para comprobar que era el CineTeatro Adriatico, a las orillas de la playa de Vieste. El imaginario Nuovo Cinema Paradiso se incendia en la cinta de Giuseppe Tornatore (1988), y el Stadium de mi barrio, en L’Hospitalet, cerró durante los ochenta; hoy es un supermercado. En cambio, fotografías de actrices y actores italianos aún cubrían la fachada del CineTeatro Adriatico, y el cartel de la quinta entrega de Indiana Jones figuraba en la puerta: un único pase diario, a las nueve de la noche. Acudí a la cita. El interior resultó ser todo un museo, con dos antiguos proyectores y bobinas, más fotos y roídos programas de mano; un viaje por la arqueología del cine que me transportó a las sesiones dobles y continuas de infancia. Fue mágico ser un espectador más al lado de un par de familias locales que guardaron respeto por ese rito que otrora supuso ir al cine: mirar a la pantalla grande y no a la del móvil.

Conduje hasta Lecce entre restos medievales y de las antiguas Roma y Grecia, aunque centré mi interés en registrar numerosos menhires y dólmenes prehistóricos bajo un sol y calor de justicia, solo aplacable con un auténtico granizado de café, como el del Caffé Duomo, en Gallipoli. Aquí, Vincenzo –buzo recolector de esponjas retirado– me habló del gran tiburón blanco que, en 1979, izaron hasta el puerto, y disfruté con las colecciones del gabinete naturalista de Emanuele Barba; tenían un esqueleto de rorcual. Huesos que podrán compararse con los de otra ballena también del género 'Balaenoptera', esta fósil (entre 1,5 y 1,25 millones de años), hallada en el lago San Giuliano y que pude conocer en el Museo Nazionale de Matera. Lo mismo que las huellas de dinosaurio, y todo lo referente al neandertal (el esqueleto original permanece en el interior de una cueva cárstica), expuestos en el Museo Arqueológico y el Palacio Baldassarre de la población de Altamura. Donatella, la conservadora del 'palazzo', me despidió así: «buon viaggio nella storia». Y lo tuve.

Al igual que dólmenes, fósiles y el Cine Adriatico habían sumergido a este primate en un viaje por la historia, en Lecce, el azar hizo que descubriese la mazmorra de Cristalda. Fue mientras espiaba a través de los barrotes de una 'galleria antiquaria', ya cerrada; la vi con medio cuerpo transformado en pez. Al día siguiente me presenté en el anticuario y rendí pleitesía a la talla de madera. Una bella sirena de tamaño natural; el mascarón de proa de una goleta, datada entre los siglos XVIII y XIX. La magia del hallazgo no solo me llevó a pensar en Pizzomunno y Cristalda, sino en otros amores de leyenda: el recién recuperado de Indy y Marion, el de Elena y Salvatore en 'Cinema Paradiso', y el que queramos protagonizar sin censuras.

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