En los próximos 45 años
Joan Vila

Joan Vila

Ingeniero industrial y empresario.

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La energía de aquí a 2050

El despliegue de tecnologías disruptivas deber ir acompañado de medidas fiscales para frenar el aumento de la demanda de la economía derivada de ellas

Multimedia | De 1978 a 2023: de la bombilla incandescente al led

Caratula energía articulos opinion 45 aniversario

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Ser futurólogo es errar seguro. Por eso, para predecir algo sobre el futuro hay que ir a buscar en la evolución de la historia reciente y entrever las tendencias que se encuentran.

En el mundo de la energía sabemos unas cuantas cosas que son punto de partida. La primera es que el cambio climático nos obliga a sustituir las energías fósiles por otras sin carbono. La segunda es que la economía mundial muestra signos de haber agotado el modelo basado en la generación continua y masiva de deuda. Ambas señales nos conducen a la necesidad de adoptar tecnologías disruptivas, con desarrollo exponencial, que permitan tener una mejora de la productividad importante, esencial para mantener el Estado de bienestar logrado hasta hoy. Estas tecnologías son la implantación de energías renovables, la movilidad eléctrica autónoma de flota, la rehabilitación de viviendas y edificios residenciales con bomba de calor, la Inteligencia Artificial, y la proteína artificial de fermentación de precisión.

Estas inversiones nos pueden conducir a un nuevo modelo económico siempre que evitemos el 'efecto Jevons' que dice que, aunque la tecnología permita un ahorro, su aplicación masiva puede ir en sentido contrario. Por eso hace falta que el despliegue de las tecnologías disruptivas se acompañe de medidas fiscales para frenar el aumento de la demanda de la economía derivada de ellas. La más efectiva es un cambio del IVA, que penaliza lo que la inteligencia sabe hacer, por un impuesto que castigue a las materias primas, desde el CO hasta el agua, pasando por los minerales y los vegetales. Al mismo tiempo, habrá que actuar sobre el consumo, por ejemplo eliminando la tarjeta de crédito, dejando la de débito, y frenando el crédito al consumo. Con todo este despliegue es posible llegar a 2050 con una economía descarbonizada, pero al precio de un crecimiento muy débil de la economía, con años de crecimiento cero, aunque al final de la transición energética se pueda llegar a un crecimiento sostenido bajo.

Suprimir la producción de gasolinas, buena parte del plástico, una parte importante de los coches, la generación eléctrica nuclear y con gas natural, el encarecimiento de viajar en avión por el combustible, las pérdidas en el sector primario y la transformación de muchos servicios por la IA nos lleva a pensar que nos encontramos ante una revolución económica que tendrá que resolver cómo nos repartimos el trabajo y cómo vivimos con menos recursos.

Esto puede ser un escenario imposible para los más jóvenes pero, los que en 1970 éramos adolescentes, sabemos que se puede vivir con mucho menos y continuar siendo felices, sustituyendo la dopamina que genera la compra compulsiva por la serotonina de ser respetado en un grupo de amigos y por los vecinos de donde vives. Todo hace pensar que se cumplirá una frase que hizo J. M. Keynes en una conferencia en Madrid, en 1930, cuando predijo que en 2030 la humanidad tendría que trabajar menos para mantener el bienestar.

El reto es llegar hasta aquí. Con una sociedad que ha llegado a tener un bienestar marginal, que ya no acepta ningún coste más, ni esfuerzo, ni modificaciones de paisaje, ni cambio conductual, es muy difícil hacerle entender que la sostenibilidad es la nueva religión, que hace falta que compre solo lo imprescindible, que sea proactiva en la sociedad, que deje de viajar lejos a cambio de estar con amigos...

Repartir trabajo, dar nueva formación a los que cambian de trabajo y obtener una vivienda asequible inferior a los 400 €/mes tendrían que ser los nuevos retos de una administración que verá caer el presupuesto y tendrá que mantener lo que es imprescindible en el Estado de bienestar: sanidad, enseñanza, atención a la gente mayor y orden público.

Las señales que muestran que la economía está acabando el modelo de la escuela de Chicago, tal como lo había hecho el keynesianismo en 1970, parecen claros. La transición energética las acelerará, y el ritmo exponencial de las tecnologías disruptivas harán el trabajo, como una ola que nos pasa por encima si no somos capaces de adaptarnos a la nueva situación y anticipar alguna solución.