Polémica en la final del Mundial

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No, ese beso no es ni «natural» ni «normal»

Que alguien en posición de poder muestre esa actitud hacia sus subordinadas no tiene excusa

"No fue un pico de amigos, sino acoso de un jefe"

OPINIÓN | El morreo, por Pilar Rahola

Luis Rubiales.

Luis Rubiales.

El campeonato del mundo de fútbol logrado este domingo en Australia por la selección femenina fue mucho más que una victoria sobre el césped. Las jugadoras españolas enterraron con su exhibición de orgullo décadas de menosprecio hacia las deportistas. En las escuelas, en las familias, en los campos de barrio y en los estamentos deportivos como la misma Real Federación Española de Fútbol (RFEF) han tenido que pasar muchos años, primero de tener que callar, y luego de reivindicar en voz alta, hasta llegar al hito de Sídney. El mundo del fútbol ha llevado este proceso a una nueva dimensión, y la RFEF ha apoyado a la selección femenina en esta competición con recursos con los que nunca había contado. Pero también debe asumir de forma autocrítica que ha llegado a este punto arrastrando los pies, cuando en otros deportes (el tenis, el atletismo...) la normalización de la presencia femenina le llevaba años de ventaja.

Este día que debería haber sido únicamente una celebración ha quedado empañado por el comportamiento del presidente de la RFEF durante la celebración de la victoria. Su afán de protagonismo tras la victoria sobre Australia y su forzadísimo beso a una de las jugadoras, que vulnera los propios códigos contra el acoso sexista de la entidad que preside, no fueron otra cosa que una actitud abusiva de alguien en una posición de poder respecto a sus subordinados. Exhibiendo una falta de compostura por parte de quien ostentaba una representación institucional. Con la insistencia de destacar el papel de Jorge Vilda o con el gesto de sujetarse los testículos mirando al campo desde el palco, parecía por momentos más una celebración, declinada en masculino, de la victoria de los altos cargos de la federación respecto a las jugadoras que osaron levantar la voz que un reconocimiento de las campeonas.  

Que la actitud del presidente de la Federación Española de Fútbol haya sido objeto de críticas generalizadas y de reproche desde el mismo Gobierno español, hasta el punto de que se ha visto en la necesidad («no queda otra», ha dicho al decir que «seguramente» debía hacerlo) de pedir disculpas horas después, es un segundo triunfo, más allá de lo deportivo. Demuestra que las cosas están cambiando, y para bien, en el deporte y en la sociedad española. Pero las excusas de Rubiales han sido insuficientes y titubeantes. Debería asumir, con toda seguridad, su propio error y no solo disculparse ante «la gente que se haya sentido dañada» Su rectificación a regañadientes, además, solo han llegado después de una primera réplica en caliente que fue tan insultante hacia quienes le criticaron como lo fue su bochornosa actitud en Sídney. Y desde ámbitos del periodismo deportivo que representan más el pasado que el futuro aún se le ha disculpado o jaleado. Una suma de motivos para entender cuánto camino queda aún por recorrer.

El presidente de la Federación ha venido a concluir que prefiere que nos quedemos con la gesta deportiva de la selección femenina que con esta polémica. Sí podemos quedarnos con algo positivo de lo sucedido: tras el bochorno público, nacional e internacional, en el futuro ni el actual presidente de la RFEF, ni quien le pueda suceder visto que aún le cuesta aceptar lo inadecuado de su comportamiento, podrá volver a actuar pensando, como al parecer sigue opinando Rubiales, que una escena como la vivida en Sídney es algo «natural» y «normal».