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Las fiestas de una Gràcia viva

Los tres millones de visitantes deben respetar con civismo el trabajo altruista de centenares de vecinos

Las fiestas de Gràcia ocuparán las calles de la antigua Vila a partir de este lunes. Sus pregoneros serán el capitán y la capitana de los recién ascendidos equipos masculino y femenino del C.E. Europa, uno de los clubes que están demostrando, con sus gradas llenas de aficionados locales, que en algunos barrios de Barcelona su vida asociativa y vecinal resiste y sigue buscando formas de adaptarse a los cambios de costumbres y los movimientos de población. Ese es también el caso de una fiesta mayor que, junto a la de Sants, mantiene una particularidad que explica parte de su éxito de público y parte de las dificultades a las que las comisiones de fiestas de cada calle tratan de responder. Su ubicación en el calendario hace que sean un ejercicio de participación vecinal pero que también se hayan convertido de facto en la fiesta mayor de verano de Barcelona, y en un atractivo para los turistas.

El esfuerzo altruista que permite organizar en pocos días hasta 900 actos festivos y ornar 23 calles, cada una con su propia programación de actividades, solo es posible gracias a la existencia de un tejido social que ha conseguido mantenerse a pesar del continuo relevo de la base demográfica, especialmente intenso en Gràcia y en otros barrios afectados por procesos de gentrificación. La capacidad de integrar a nuevos vecinos, con su diversidad generacional y de orígenes, es una de las fórmulas imprescindibles para asegurar el futuro de las fiestas y de cualquier vida asociativa local. No todo el tejido vecinal de Barcelona lo está logrando, y esa es una de sus debilidades. En las voces de los vecinos de Gràcia que nos explican hoy el porqué de su implicación en la laboriosa elaboración de los decorados queda claro que esa es una de las claves del éxito, tan importante como la continuidad de generaciones de vecinos integrados en las comisiones de su calle. Hacer entender a otros vecinos recién llegados que no se adaptan a estos días de ocupación de la calle por la fiesta de que este es uno de los elementos que conforman la personalidad del barrio en el que han elegido vivir es otro de los objetivos a conseguir por el colectivo plural que impulsa las fiestas.

Otra de las inquietudes de este son las consecuencias de la masificación: el año pasado, hasta tres millones de personas pasaron por las calles de Gràcia. Una afluencia que implica que la experiencia comunitaria de de las comisiones de cada calle se viva de forma más reconfortante durante la elaboración de los decorados a lo largo del año que en los mismos días de la fiesta Si estos días deberían ser un momento de reapropiación de las calles por parte de sus vecinos, en algunos momentos se convierten en una versión corregida y aumentada de la difícil convivencia nocturna en las plazas del barrio a lo largo de todo el año, con actos de vandalismo sobre los decorados que se repiten de forma reiterada. Los participantes externos de las fiestas deberían agradecer la hospitalidad que se les brinda, respetar el trabajo de los vecinos y conducirse con el civismo que estos les reclaman. Sin obligar, a quienes deberían ser los primeros en disfrutar de la fiesta, a dedicar más tiempo a intentar controlar lo que el dispositivo de seguridad municipal no llega a alcanzar.