Escritor y periodista.
Valentí Puig
Escritor y periodista.
Trump como demagogia crónica
El expresidente no es un liberal-conservador: es el populismo del siglo XXI, con arraigos e instintos que ni los republicanos moderados ni los demócratas supieron diagnosticar
Trump ha impuesto un estilo vulgar, bravucón, patriotero, manipulador y zafio, poco fiel a la verdad y agazapado en las frustraciones de sectores de la sociedad americana que se sienten desposeídos y fuera de circulación. Antes, durante y después de su presidencia, Trump configuró un malestar de la democracia americana sin que el partido Demócrata, con Biden al frente, supiese encarrilar mejor el sistema político en el que los republicanos ahora son más rehenes que actores.
Hay algo descaradamente anómalo en el trumpismo, un decaimiento de la confianza pública, asomos de confrontación, pérdida de credibilidad internacional y descrédito del Despacho Oval. Trump se peina y se despeina con la arrogancia de un “ego” de fábula surreal y, si bien las encuestas ahora le den ventaja, no es imposible que sus devotos vayan abandonándole. Vastos circuitos de las redes sociales se pusieron al servicio del trumpismo en sustitución de la clase republicana. Trump cabalga digitalmente con máximas dosis de demagogia. De cara a las elecciones presidenciales del año que viene, el chapoteo es enorme con especulaciones histéricas sobre un Trump sentenciado que fuese elegido presidente.
¿Son prudentes los tiempos del Departamento de Justicia? Será, en todo caso, un juicio inmerso en circunstancias políticas de alta tensión. Eso ya es parte de la campaña de Trump: sus seguidores más fieles creen que los cargos de la fiscalía son parte de una conspiración maléfica para impedir que América pueda “ser grande de nuevo” –“MAGA”-. Su líder calcula que cuantos más cargos contra él, más a su favor. Cada siglo acuña sucesivas patologías políticas, como demuestra el trumpismo. Persevera como disfunción y se enquista en el proceso político, precisamente cuando las fórmulas del orden mundial preanuncian inestabilidad.
Por ahí se agita todos los días un Trump perseguido por los alguaciles, con los batallones del trumpismo vikingo esperando entrar de nuevo en el Capitolio. Según los analistas, un buen candidato republicano podría derrotar a Joe Biden, pero antes tendría que doblegar a Trump. En abril, un 70% de electores preferían que Biden no optase a la reelección y un 60% que Trump no fuese el candidato republicano.
Los republicanos que desearían un nuevo líder capaz de ganarle a Joe Biden están dando palos de ciego. Por ahora, la franja central republicana sigue desencajada. Trump no es un liberal-conservador: es el populismo del siglo XXI, con arraigos e instintos que ni los republicanos moderados ni los demócratas supieron diagnosticar.
Con Trump, los riesgos para la democracia americana superan de largo el Watergate de Nixon o la líbido de Clinton. Cuantos más cargos criminales contra Trump, más ardor entre sus seguidores: no tienen hegemonía mayoritaria pero pueden reforzar a su candidato en las primarias.
En consecuencia, aparece en las páginas de opinión el viejo debate del tercer partido, en busca del voto independiente. Ya circula la propuesta “Sin etiquetas”. En 1993, el tercer candidato Ross Perot restó votos a Bush padre y dio la presidencia a Clinton. En 2024, un tercer candidato centrista puede restarle votos a Biden y darle la presidencia a Trump. De costa a costa, los mejores columnistas norteamericanos están cavilando sobre el choque de 2024 pero antes viene el laberinto judicial de Trump. Biden contra Trump: va a ser la crónica de una insatisfacción con elementos de caos. Dos hombres muy desgastados abrazándose como luchadores de “sumo”, para no caerse.
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