Polémica
Juan Soto Ivars

Juan Soto Ivars

Escritor y periodista

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Una excelente pregonera de la Mercè

En la dialéctica entre lo esencialista y lo universal, entre el imperio de las identidades culturales y los principios morales iguales para todos, Najat el Hachmi ocupa con todo el peso de su talento una posición minoritaria

La escritora Najat El Hachmi, que presenta nueva novela, 'Mare de llet i mel'.

La escritora Najat El Hachmi, que presenta nueva novela, 'Mare de llet i mel'. / FERRAN NADEU

El alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, ha querido que Najat el Hachmi sea la pregonera de la Mercè. Supongo que habrá leído alguna de sus novelas o sus artículos de prensa en la competencia, que son claros y limpios como rayos (¡o los que dejó escritos aquí, que eran aún mejores!). Sea cual sea el motivo, habla muy bien de Collboni y de su gusto literario, y también de su sentido de la oportunidad. Porque Najat es, además de una escritora y articulista excelente, una pregonera muy adecuada por lo que representa, a su pesar, en un momento europeo como este.

Vivimos un choque confuso entre discursos sobre la inmigración. El choque no está entre las posturas de izquierdas y de derechas, sino entre las esencialistas o identitarias y las universalistas o racionales. Sin prejuicios: hay esencialismo y hay racionalismo tanto en las izquierdas como en las derechas, de la misma forma que hay un tipo de racismo en cada lado: al fondo a la derecha, el que execra al que no es blanco; al fondo a la izquierda, el que infantiliza y reduce al diferente, el que espera que se comporte de un modo preestablecido, como si no tuviera personalidad.

En esta dialéctica entre lo esencialista y lo universal, es decir, entre el imperio de las identidades culturales y los principios morales iguales para todos, Najat ocupa con todo el peso de su talento una posición minoritaria. Ella representa esa visión que nos permite ser verdaderamente iguales siendo individualmente únicos.

Ha contado que, gracias a que su familia se vino a vivir a España, pudo emanciparse no solo de su casa y sus costumbres, sino de los tentáculos religiosos y castradores que se meten por las ventanas de tantísimas familias de inmigrantes musulmanes. Liberada, se pudo convertir en lo que es hoy: una mujer voluntariosa, creativa y armada con un criterio duro y flexible, es decir: lo contrario que una oveja en el rebaño, un tono en una paleta de colores estilo inclusividad forzada de Hollywood o esa pobre mujer gris con el pelo cubierto y la voluntad desdibujada que habita en el gueto.

Previsible, entonces, que una mujer libre y única como Najat, que emite sus opiniones genuinas y no la matraca identitaria que algunos esperarían de ella, cause estragos en los esencialistas y en particular en los de izquierdas, que no sienten vergüenza de airear sus prejuicios.

He leído ese manifiesto que condena su elección como pregonera acusándola de tránsfoba e islamófoba. Es, sinceramente, involuntariamente fantástico. En ese manifiesto, sin darse cuenta, sus enemigos ofrecen todos los argumentos por los que ella es una excelente elección de Collboni. No les gusta que piense por sí misma y escriba sin miedo, es decir, que no se deje amilanar ni por los viejos racistas reaccionarios de toda la vida ni por los falsos amigos del buen salvaje.

El manifiesto también pone sobre la mesa cómo apelan los fariseos a los Derechos Humanos, como si fueran patrimonio suyo y, más allá, como si la libertad de expresión no fuera uno de ellos. Tachan de “discurso de odio” las palabras de Najat el Hachmi, y sin duda alguna “odio” es lo que debe despertarles el desafío que supone una inteligencia desencadenada. La postura de Najat contraria a la ley trans y en particular a la hormonación de menores no es odiosa, sino legítima. Escribió que ella, que tuvo que ser niña en un mundo donde las mujeres estaban destinadas a convertirse en esposas, posiblemente hubiera terminado extirpándose los pechos porque ser hombre parecía un plan mucho mejor. ¿Odio? El de algunos lectores.

Otra Najat, la señora Driouech Ben Moussa, diputada de ERC que se nos presenta cubierta con esos velos que en ciertos países no podría elegir llevar o quitarse, ha apoyado la campaña de rechazo a la elección de el Hachmi. Está en su derecho, repito: aquí somos libres incluso para meternos a monjas de clausura. Celebro que Driouech ocupe un escaño en el Parlament, y que el Hachmi hable desde el balcón municipal. Mirándolas a ambas, que las chicas musulmanas de Barcelona decidan quién les parece un referente. ¿Será precisamente esto lo que provoca en algunos este miedo disfrazado de urgencia y compromiso político con unos supuestos "derechos humanos"?

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