Caleidoscopio

Lecturas de verano

Hay que leer sin dejar de mirar el paisaje, sin perder de vista la vida, sin hacer del libro y de la lectura una obligación, sino una emoción más

libros

libros / Alberto Estévez

Julio Llamazares

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Me llaman de este periódico para preguntarme cuáles serán mis lecturas este verano y contesto como puedo apuntando un par de títulos de amigos y señalando, eso sí, que, más que para el verano, yo guardo ya libros para la otra vida, tantos son los que se me acumulan sobre la mesa, y hasta en el suelo, a falta de espacio en las estanterías. Cada año se publica más, y cada vez son más los libros que me llegan al margen de los que yo compro y de los que me esperan desde hace años para leer. El síndrome de Stendhal ante el exceso de belleza aquí se troca en incapacidad ante lo limitado del tiempo y la abundancia de libros y otras tentaciones.

La idea de que en verano se lee más tiene seguramente que ver con la idealización de la infancia y la juventud, esas épocas en las que el tiempo discurre con más lentitud, al menos en el recuerdo de los que las perdimos ya. Cuando las evocamos nos parecen infinitas, tanto que hasta teníamos tiempo para aburrirnos, por lo que leer era casi un ejercicio de salvación. Las largas tardes de calor sin poder salir de la casa las llenábamos en nuestro recuerdo leyendo libros, que quizá no fueron tantos, pero que sí dejaron huella en nuestra memoria porque la infancia y la juventud son épocas en las que todo tiene una intensidad mayor.

Despreocupados de otras obligaciones y con el horizonte de la vuelta al colegio más lejos aún que el del mar o que el de las montañas que veíamos desde donde estábamos, los niños y adolescentes que entonces éramos pasábamos las páginas de los libros con una calma y una curiosidad de las que ahora somos incapaces, pues ya no tenemos ni el interés ni la capacidad de sorpresa de entonces. 

El mismo libro que en nuestra infancia o en nuestra juventud nos subyugó ahora nos puede parecer sin ningún interés, no porque el libro no sea el mismo, sino porque nosotros no tenemos ya la mirada de aquella época. Como con los veranos, nos pasa que los libros no significan ya lo que significaron en otro tiempo, cuando todo era nuevo y emocionante para nosotros y la felicidad no necesitaba de grandes cosas para materializarse.

Un cielo estrellado

¿Lecturas de verano? Creo que más bien es al revés, que el verano debería ser nuestra lectura principal, esa página abierta que nos espera para llenarla de letras y de palabras por nuestra cuenta como los niños de ahora hacen con sus cuadernos de vacaciones. Que muchas de esas palabras las rescatemos de la lectura de libros que nos acompañan nos ayudará a rellenar el nuestro, pero nunca podrán sustituir nuestra experiencia ni el reflejo que en nuestra imaginación provocan nuestras ideas y nuestros sentimientos. Lectura y vida se complementan como lectura y verano se superponen igual que en el horizonte el mar y los barcos que lo surcan o el verde de las montañas sobre las que se suspenden las nubes y el mundo entero.

Hay que leer así, sin dejar de mirar el paisaje, sin perder de vista la vida, sin hacer del libro y de la lectura una obligación, sino una emoción más de cuantas el verano nos ofrece, ni mejor ni peor que el resto, pues todas las necesitamos y todas nos harán felices por momentos. Y, sobre todo, no debemos olvidar lo que el poeta Rainer Maria Rilke manifestó seguramente evocando los cielos de los veranos de su Bohemia natal e infantil: que el mejor libro que se ha escrito es un cielo estrellado de verano temblando sobre nuestros ojos.