Limón & vinagre
Josep Maria Fonalleras
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Pere Gimferrer, el poeta que va a la contra

Impone y desconcierta. Él mismo afirma que nueve de cada 10 personas solo entienden una mínima parte de lo que escribe

Pere Gimferrer, en su despacho del Grupo Planeta.

Pere Gimferrer, en su despacho del Grupo Planeta.

Uno de los gags más celebrados del programa de humor 'Polònia' es el que, a lo largo de los años, ha juntado a dos escritores del todo opuestos que, en determinadas circunstancias, funcionaban como dúo cómico. Eran Quim Monzó y Pere Gimferrer, caricaturizados a partir de los tics (en el caso del novelista) y de la minuciosidad académica (en el caso del poeta que nos ocupa).

El personaje Gimferrer hablaba con una lengua tan precisa y ajustada, tan elevada, que incluso hacía constar ostensiblemente, en su discurso, los signos de puntuación que utilizaba. Si quería decir, por ejemplo, "esta mañana, antes de ir a trabajar, he desayunado una tostada; era de pan de molde", lo expresaba así: "Esta mañana coma antes de ir a trabajar coma he desayunado una tostada punto y coma era de pan de molde punto final". Era la forma que tenían los guionistas del programa de llevar al límite tanto la fijación por la pulcritud del lenguaje como lo que un crítico definió como "una leyenda compuesta de excentricidades fabulosas".

Es curioso que un intelectual de tanto peso que, según ha escrito Jordi Amat, "desde los márgenes de la experimentación, se situó en el centro de la cultura modernizadora del país" y que con la publicación, en 1966, del libro de poemas 'Arde el mar' (Premio Nacional de Literatura), "cambió la lírica española", con solo 21 años, es curioso, digo, que se haya convertido, con los años, en una figura icónica de la cultura popular, que él, por su parte, reivindica al mismo nivel que la alta cultura. Quizá sea culpa de su ademán distante y aristocrático, combinado con una imagen estrafalaria que ha cultivado sin dedicarle una especial dedicación, sin ostentación, pero sin desfallecimiento.

Hay un retrato característico de Gimferrer que nos lo sitúa con un sombrero oscuro de ala ancha, una melena larga (de pelo liso y con apariencia de grasiento), a la manera del Príncipe Valiente, y una frente ancha, con entradas. Lleva una bufanda blanca sobre un abrigo gris marengo. El Gimferrer de ahora no llama tanto la atención como el de los años 60 y 70 del siglo XX, cuando estalló su maestría. Instalado en un despacho de la editorial Planeta (donde trabaja desde hace 40 años, después de pasar por Seix Barral y Ariel), la imagen es más la de un académico convencional, mejor peinado, más pulcro, pero, en todo caso, con la misma sabiduría de siempre.

Erudición enciclopédica

Aquel Gimferrer que estudió Derecho y Filosofía y Letras en la UB, en una época convulsa y a la vez anodina, salpicada por la mediocridad franquista y también con el soplo de renovación (al menos, la poética) que recogía la herencia de la generación del 27 y mezclaba las raíces antiguas con el simbolismo y el conceptismo gongoriano, y que era instrumento de la modernidad más radical, aquel Gimferrer ha recibido ahora el título de doctor honoris causa por la universidad que le vio crecer.

De todas formas, lo que no queda claro es si Gimferrer ya nació enseñado. Puede que sí, porque su erudición es tan enciclopédica, sus puntos de atención son tan diversos, su capacidad de estudio y reflexión es tan enorme, que tienes la sensación de que lo sabe todo. Hay quien comenta que esta sabiduría ya estaba al principio y que no ha hecho sino multiplicarse en los poemas, los dietarios, los ensayos.

Gimferrer es capaz de pasar dos noches en blanco para redactar un estudio sobre Alberti, por ejemplo, sin ningún error en las citas y sin tener que consultar nada. Gimferrer impone y desconcierta. Solo un ejemplo menor. He repasado unas cuantas entrevistas. En la mayoría de los casos, notas que se divierte tanto si el interlocutor ha captado todos los detalles del poema como si no ha entendido nada, aunque apreciar los infinitos rincones de sus referencias es tarea imposible. Él mismo afirma que nueve de cada 10 personas solo entienden una parte mínima de lo que escribe y que hay muy pocos que puedan descifrar nueve de cada 10 citas incorporadas en el texto. En una de esas entrevistas, el periodista le pregunta si está cómodo. Él dice que sí, "pero tengo que pensar por qué estoy cómodo".

No hace falta que los lectores capten a todos los referentes, solo que paseen por esta selva literaria que no reclama sino la atención de los sonidos, del ritmo, de las palabras que se deslizan. "Si lo hacen (los lectores) es que me he equivocado". Académico e iconoclasta, poeta de fuegos artificiales, Gimferrer es aquel que siempre hace lo que no esperamos de él. "Siempre he ido a la contra", dice.

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