La campaña militar (103)

Rusia reconvierte los cereales en arma de guerra

Moscú busca presionar a quienes han decidido imponerle sanciones, creando una situación insostenible en los países que dependen del grano

Una cosechadora recoge trigo en la aldea ucraniana de Muzykivka, controlada por Rusia, en la región de Jersón.

Una cosechadora recoge trigo en la aldea ucraniana de Muzykivka, controlada por Rusia, en la región de Jersón. / ALEXANDER ERMOCHENKO / REUTERS

Jesús A. Núñez Villaverde

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En mitad de una aguda crisis alimentaria global, agravada por un cambio climático ya innegable, Rusia ha decidido no solo desmarcarse de la Iniciativa sobre las Exportaciones de Cereales por el Mar Negro, acordada el 22 de julio del pasado año, sino amenazar con hundir a cualquier barco que entre o salga de puertos ucranianos por interpretar que transporta material militar. Moscú sostiene que su decisión responde a la negativa a aceptar sus peticiones –reconexión del banco agrícola Rosseljozbank al sistema bancario Swift, levantamiento de las sanciones a los repuestos de maquinaria agrícola, desbloqueo de la logística y seguros de transporte, descongelación de activos y reactivación de la tubería de amoniaco Togliatti-Odesa (reventada el pasado 5 de junio)–, pero la realidad es otra.

Sería equivocado pensar que Moscú pretende directamente matar de hambre a quienes más van a sufrir por el previsible recorte de la oferta cerealística; de hecho, Rusia inmediatamente ha reiterado que está dispuesta a ofrecer sus propios cereales a los países que puedan necesitarlos, e incluso a donarlos en algunos casos. Lo que Putin busca, en primer lugar, es hundir la economía ucraniana. Cabe recordar que en estos últimos 11 meses han salido no menos de 32 millones de toneladas de sus puertos hacia 45 países (la mitad de ellas de maíz y el 65% de las de trigo con destino a países en desarrollo), transportados por alrededor de 1.100 barcos. Una actividad que le ha reportado a Kiev unas divisas vitales para sostener su empeño bélico y su ejemplar resistencia ciudadana. Así se explica igualmente el sistemático bombardeo de las infraestructuras portuarias de Odesa, Pivdennyi y Chornomorsk.

Además, Rusia busca presionar a quienes han decidido imponerle sanciones (que no se aplican a sus cereales ni a sus fertilizantes), creando una situación insostenible en los países que dependen de dichos cereales con la esperanza de aliviar el castigo que está sufriendo y contar con una baza de negociación para lograr el levantamiento de las sanciones en otras áreas. Por el camino cuenta asimismo con mejorar su imagen en los países del llamado Sur Global, presentándose como una víctima de las potencias occidentales y como un suministrador alternativo sin las hipotecas geopolíticas que les impone Occidente.

En cuanto a las consecuencias, de momento, solo pueden plantearse como potenciales derivadas de lo que ocurra a partir de ahora. ¿Están dispuestos los gobiernos necesitados de esos cereales y las empresas navieras a desafiar a Moscú, enviando sus buques a los puertos ucranianos bajo la amenaza de ser atacados? ¿Está decidido Moscú a cumplir su amenaza? ¿Se atreverá Turquía a poner en riesgo sus vínculos con Rusia empleando su flota de guerra, como ha manifestado su presidente, para proteger a quienes se atrevan a atravesar el mar Negro hasta y desde Ucrania? ¿Qué hará la ONU, valedora del acuerdo ahora invalidado si Moscú llega a realizar un ataque de ese tipo? ¿Hasta dónde pueden aguantar los países que necesitan vitalmente esos cereales el previsible incremento de precios? ¿Cómo reaccionará Ucrania para intentar mantener abierta esa línea de exportaciones, cuando, al mismo tiempo, la FAO estima que este año su cosecha cerealística será un 30% menor a su media histórica?

Por cierto, en España se espera una cosecha de cereales menor en un 45% a la del pasado año (la peor de las últimas tres décadas) y Ucrania es nuestro primer suministrador de maíz y de aceite de girasol.

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