Elecciones 23J

Líderes fugaces, líderes pertinaces

Ni Puigdemont ni Junqueras ganan elecciones. Su persistencia, por tanto, se explica más por motivos personales que políticos

L'expresident Carles Puigdemont intervé telemàticament en un acte de campanya de Junts a Amer

L'expresident Carles Puigdemont intervé telemàticament en un acte de campanya de Junts a Amer / Nico Tomás / ACN

Astrid Barrio

Astrid Barrio

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Uno de los efectos más remarcables de las convulsiones políticas que ha vivido España desde 2015 es la escasa duración de los líderes políticos, en particular de los de los nuevos partidos, sobretodo si se les compara con la longevidad de los dirigentes de los partidos tradicionales en años precedentes. Y aunque la efimeridad de los líderes no solo afecte a los nuevos partidos, sino también a las formaciones asentadas en momentos de crisis, así sucedió con Josep Borrell o Joaquín Almúnia en el PSOE de finales de los años 90 y más recientemente a Pablo Casado en el PP, lo cierto es que el peso del liderazgo incide de manera diferente dependiendo de si el partido es una organización asentada o una nueva.  

La supervivencia y la continuidad de los partidos está muy ligada a su institucionalización, un proceso que implica que el partido deje de ser un medio para alcanzar determinados fines, lo cual vincula a los partidos a su necesaria dimensión ideológica como principal factor de movilización, y pase a ser un fin en sí mismo, esto es priorizar por encima de todo su propia conservación. Sin embargo, este tránsito no siempre se produce con éxito, especialmente cuando los partidos son de naturaleza carismática, es decir cuando su nacimiento se debe al impulso de un líder que reúne esa condición. En estos casos habitualmente el partido no es capaz de institucionalizarse porque su existencia está ligada a la su líder y cuando este desaparece la continuidad del mismo se ve amenazada. Y este es justamente el caso de Ciudadanos y de Podemos, que no se explican sin Albert Rivera ni Pablo Iglesias. Ambos partidos tuvieron un éxito sin precedentes en las elecciones generales de 2015, 2016 y 2019 -además de lograr una presencia destacable en los distintos niveles de gobierno-, pero los intereses particulares de sus líderes (Rivera no prestándose a un gobierno con el PSOE que hubiese evitado la repetición electoral de 2019 e Iglesias renunciando a la vicepresidencia del Gobierno para competir con Isabel Díaz Ayuso en las elecciones a la Comunidad de Madrid, ambas decisiones con resultados funestos para ellos), lastraron la continuidad de sus respectivos partidos hasta el punto de que las fuerzas más disruptivas de la política española desde la Transición ya no están presentes como tales en las elecciones del 23 de julio.

En contraste con esa insólita capacidad para llevar a su partido del cielo al infierno en un tiempo récord para luego abandonarlo a su suerte encontramos la persistencia inquebrantable de los líderes del 'procés', Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, máximos responsables de los hechos del otoño de 2017 y de la frustración colectiva que arrastra el independentismo por no haber satisfecho sus expectativas y haber dejado a Catalunya en peor situación de la que se encontraba. De manera distinta, ya que Puigdemont formalmente no ocupa ningún cargo orgánico en Junts, pero desde Waterloo toma todas las decisiones -lo cual dice mucho acerca del funcionamiento de esta formación-; mientras que Junqueras sigue ejerciendo de presidente de ERC en detrimento del 'president' de la Generalitat que es quien tiene el poder institucional y el control de los recursos.

La utilidad de los líderes se mide por su capacidad de arrastre electoral y ya hace tiempo que ni Puigdemont ni Junqueras ganan elecciones. Su persistencia, por tanto, se explica más por motivos personales que políticos: Puigdemont está a la espera de las resoluciones judiciales europeas aunque de momento no le hayan dado demasiadas alegrías y Junqueras, a la espera de poder volver ser candidato. Las heridas del 'procés' siguen abiertas y así seguirán mientras algunos de los responsables sigan condicionando a sus respectivos partidos. La incógnita es qué sucederá después del 23 de julio si se confirma el retroceso de los partidos independentistas que auguran las encuestas, más allá de la llamada a la abstención hecha por algunos sectores. Junts, desprovista de poder institucional se juega su continuidad y ERC, si sigue al frente del Govern de la Generalitat. ¿Serán capaces de actuar como partidos y sobrevivir a pesar de sus líderes?

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