La Tribuna

Conclusiones posvergüenza

Xavier Trias

Xavier Trias / EFE/Quique García

Pilar Rahola

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Hemos votado en Barcelona, pero la alcaldía la han decidido en Madrid. Por mucho que se desgañite el señor Illa intentando hacernos comulgar con ruedas de molino, todos los líderes españoles, desde Feijóo hasta Sánchez, pasando por Yolanda Díaz, han sido explícitos al felicitarse por la decisión. “¡Ha ganado España!”, ha exclamado exultante el líder del PP, y todas las tertulias del Madrid mediático han bendecido lo que han considerado una "operación de Estado", con un resucitado Fernández Díaz que sin ningún pudor ha verbalizado la famosa "antes roja, que rota" en un infecto artículo en 'La Razón'.

Por cierto, que este personaje oscuro, instigador directo de la guerra sucia contra los líderes catalanes, bajo la que se montó la 'operación Cataluña' con fondos de reptiles, que alardeaba de haberse cargado la sanidad catalana, y que fue el 'alma mater' de la campaña de falsedades que le costó la alcaldía a Xavier Trias, que este tipo siga repartiendo cátedra, y no esté pagando su inmundicia, es uno de los muchos síntomas de la putrefacción que hay en la democracia española.

La consigna contra el independentismo

Sea como sea, uno tras otro, todos han celebrado lo mismo: que la capital de Catalunya no la gobierne un alcalde independentista. Da igual que Trias sea un hombre de consenso, que haya demostrado su talante conciliador y que incluso haya obviado la cuestión nacional en toda la campaña. Es absolutamente igual porque la consigna en España -bendecida por los poderes fácticos catalanes- es matar al independentismo, especialmente el que da más miedo: el de corbata y orden. Y esa consigna pasa por encima de la decencia política, de la confrontación electoral o de la diferencia ideológica.

Con esta inapelable constatación, algunas conclusiones obligadas. La primera, respecto a los Comuns, que son los que han hecho el papel más lamentable de toda esta operación y han vuelto a repetir la vergüenza que ya protagonizaron con Valls, ahora de la mano del PP. Por cierto, Valls también ha reaparecido babeando contra Trias. Entre él y Fernández Díaz, la política catalana parece ser una película de zombis. Sea como sea, los Comuns no solo han vendido su coherencia a cambio de garantizar los sueldos y privilegios acumulados todos estos años sino que han demostrado, una vez más, que son los cómplices necesarios para construir la segregación de los partidos independentistas, unos cómplices que nunca fallan, si España les llama. Quizás todo lo que ha pasado sirva para que el independentismo se dé cuenta de que Sumar, Comuns, Podemos y el resto de las izquierdas españolas actúan como un auténtico partido del régimen cuando se trata de los intereses catalanes.

Ponerse medallas

La segunda conclusión es evidente: el independentismo se ha convertido en una especie de peste que no solo se debe reprimir, sino que también hay que segregar, estigmatizar e incluso priorizar por encima de cualquier otra cuestión. En este sentido, ha sido brutal ver cómo el PP regalaba al PSOE la ciudad más importante que tendrá en todo el Estado, solo para que Feijóo pudiera ponerse la medalla de salvar a España. Y al revés, por parte del PSOE, ningún escrúpulo, ningún sapo indigerible, ninguna vergüenza al pactar con la "peor derecha de la historia" para quedarse la alcaldía. El pacto de Estado está cuajado, y aquí no hay diferencias entre unos y otros, a la hora de acosar al independentismo, hasta el punto de cargarse a un hombre tan decente y civilizado como Xavier Trias. Y todo con el visto bueno de los grandes factótums financieros de Catalunya, que han trabajado en la misma dirección.

Para acabar, la tercera conclusión: o los partidos independentistas vuelven a posiciones de unidad, o van a quedar asfixiados, porque todos los poderes trabajan para dejarlos sin oxígeno. En este sentido, que se prepare Pere Aragonès, porque ahora Illa irá a por el Govern, y la única solución que tendrá ERC es virar de nuevo hacia Junts si quiere sobrevivir. Y al revés, la conclusión es la misma. Barcelona ha sido la demostración final de que el Estado ha puesto en marcha toda la maquinaria para destruir el independentismo, y no solo la represiva. Si España no puede tolerar a un hombre como Trias, es que no hay opción para nadie. En este punto, rehacer la unidad del independentismo ya no es un gesto de coherencia, es un mecanismo de supervivencia.