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El reto de ser el alcalde de todos

El concejel electo Albert Batlle, miembro mayor de la Mesa de Edad del Consistorio, entrega el bastón de mando al alcalde entrante de la ciudad, Jaume Collboni (PSC), en la sesión de constitución del Ayuntamiento de Barcelona, a 17 de junio de 2023, en Ba

El concejel electo Albert Batlle, miembro mayor de la Mesa de Edad del Consistorio, entrega el bastón de mando al alcalde entrante de la ciudad, Jaume Collboni (PSC), en la sesión de constitución del Ayuntamiento de Barcelona, a 17 de junio de 2023, en Ba / Lorena Sopeña / Europa Press

Jaume Collboni fue investido este sábado nuevo alcalde de Barcelona con el voto de 23 concejales, del PSC, de los Comuns y del PP, dos por encima de la mayoría absoluta. Tras un paréntesis de 12 años, Barcelona vuelve a tener un alcalde del PSC. Collboni, como Ada Colau hace cuatro años, no encabezaba la lista más votada. Y Collboni, como hace ocho años Colau, o hace doce Xavier Trias lo hace sin haber pactado con ningún otro grupo un programa y un equipo de gobierno. Desde hoy tiene la fuerza de la vara del alcalde que, con la ley de régimen local, es mucha, pero con la precariedad de no tener una mayoría estable y que en muchos asuntos no podrá ser la que le ha investido. La fórmula ha sido compleja y alambicada. Demuestra la habilidad política de Collboni y de su equipo que deberán seguir desplegando a lo largo de la legislatura para que no sea un mandato accidentado. Por eso es importante que el nuevo alcalde cumpla lo que dijo en su toma de posesión: debe ser el alcalde de todos.

Los últimos meses de Trias, ya en los albores del ‘procés’, y los años de Colau han sido unos mandatos que han buscado más el enfrentamiento que la construcción de un proyecto común. En demasiadas ocasiones, Colau ha querido defender buenas ideas y proyectos con un talante de venganza hacia determinados sectores o colectivos. Ese fue el cambio que votó la ciudadanía de Barcelona y que Collboni debe saber interpretar. Trias lo ha presentado casi como un péndulo y, a pesar de su buen talante, posiblemente ha errado el tiro. Ernest Maragall daba la impresión que era el socio para otra cosa, que difícilmente tenía posibilidades de hacer las mayorías necesarias. Collboni llega, pues, para abrir un tiempo nuevo en las formas, para que los barrios y los colectivos que han sentido estos años el ayuntamiento como suyo, lo sigan haciendo, y para que los que se han sentido señalados y excluidos a pesar de su aportación a la ciudad vuelvan a sentir al alcalde como un aliado, desde la independencia del poder político. Ese es el principal reto de Collboni y el camino para conseguir las mayorías que necesita su gobierno y la ciudad, siempre que los pactos ocultos de la investidura no le inhabiliten para ello, lo cual sería fatal.

Barcelona debe seguir mirando al futuro y pasar página de estos años de falta de liderazgo y de proyecto. Y no debe hacerlo como defendían algunos volviendo a la agenda y a las maneras de hacer de los años 90. La lucha contra el cambio climático, la cohesión social ante las tensiones de ser una capital global, la voluntad de ser líder metropolitana, catalana, española y europea, la movilidad sostenible, la vivienda asequible, el empleo de calidad, el uso racional del espacio público deben hacerse compatibles con la creación de riqueza, con el respeto a las minorías, con una fiscalidad justa y progresiva.

Collboni arranca con más incertidumbres que certezas, con más debilidades que fortalezas, pero tiene la oportunidad de abrir un tiempo nuevo, cosa que podrá hacer si no tiene hipotecas que devolver y si es consciente de que la confianza de muchos, concejales y ciudadanos, aún no la tiene ganada. Tiene la oportunidad, su oportunidad, que muchos le han querido arrebatar, incluso en su propia formación. Pero es el alcalde y tiene que pensar más en cómo quiere dejar el cargo y la ciudad, que en cómo los ha recibido.