La Tribuna

¿Pactar o acordonar?

Parece mejor para la estabilidad y continuidad de las democracias liberales escuchar qué dice la extrema derecha y, además de desenmascarar sus muchas mentiras, abandonar la superioridad moral y el paternalismo y afrontar algunas de las cuestiones que enarbola

Santiago Abascal.

Santiago Abascal. / Fernando Villar

Astrid Barrio

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Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo han dado a Vox una situación preeminente en muchos ayuntamientos en y diversas comunidades autónomas y han convertido a este partido de derecha radical en un actor con potencial de coalición e imprescindible para la gobernabilidad. A ello hay que añadir, además, el hecho de que en Catalunya no solo se ha producido un avance sustancial de Vox sino también el de una derecha radical autóctona de matriz independentista, Aliança Catalana, que se ha convertido en primera fuerza en Ripoll, un municipio tristemente marcado por la procedencia de los autores de los atentados islamistas del 17 de agosto de 2017 en las Rambles.

Ambas circunstancias han vuelto a situar en el debate público la cuestión de cómo abordar la presencia institucional de este tipo de formaciones que en muchos aspectos cuestionan algunos de los que se consideran consensos básicos de los sistemas liberales, en particular por lo que respecta a la inmigración, a la multiculturalidad, a las cuestiones de género, orientación sexual y reproductivas así como al cambio climático. El dilema que se plantea ante tal impugnación, que en muchos casos se puede traducir en una deriva con tintes claramente iliberales, de lo que ya hay constatación tras algunas experiencias, es si resulta más conveniente considerar a este tipo de partidos como un actor más del sistema político e integrarlo con normalidad o de si hay que someter a la derecha radical a un cordón sanitario, es decir aislarla de las instituciones, ignorar sus planeamientos e iniciativas y excluirla del gobierno constituyendo frentes democráticos.

Emoción o razón

Más allá de los argumentos de naturaleza moral que pueden justificar la idea de cordón sanitario -algo que, en un contexto de política altamente emocional, la democracia sentimental en palabras de Manuel Arias Maldonado, es difícil de conjurar-, en la decisión debería primar una perspectiva más racional que evalúe cuál es el impacto de una u otra opción en la contención de este tipo de partidos.

Francia y Alemania, dos países que se caracterizan por tener una democracia militante, han optado por someter a la derecha radical a un estricto cordón sanitario. El resultado no podría ser más decepcionante. El Frente Nacional, luego Rassemblement National, no han dejado de crecer hasta el punto de que fue el primer partido en las elecciones europeas de 2019 y en las últimas elecciones presidenciales estuvo muy cerca de alzarse la victoria. En Alemania (Alternative für Deutschland) el crecimiento no es tan pronunciado pero en algunos 'länder' es segunda fuerza política y en las elecciones federales ya supera el 10% de los votos. En cambio donde no hay cordón sanitario, los países nórdicos, Austria o Italia, los resultados no son concluyentes pero, de acuerdo con una reciente investigación de Anna Silander, de la Universidad de Nottingham, la derecha radical podría moderarse cuando esos partidos brindan apoyo parlamentario al Gobierno, y hacerlo en menor medida cuando entran en el Gobierno.

La contención, por tanto, tiene una doble dimensión: frenar su ascenso electoral y minimizar su impacto en las políticas evitando el efecto contagio en el resto de partidos, especialmente en la derecha. Y aunque todavía no hay suficientes evidencias para evaluar la naturaleza del impacto de la implicación de la extrema derecha en la gobernabilidad, sí lo hay respecto a los efectos de su aislamiento. Ignorar a estos partidos y su agenda política no frena su ascenso. Al contrario. Especialmente en situaciones de crisis o de desgaste de los partidos tradicionales, la derecha radical sabe bien canalizar el descontento y aunque al principio pueda ser vista como un partido tribunicio, algo muy útil desde el punto de vista sistémico porque evita el desbordamiento social, a la larga puede acabar siendo mayoritaria. Ante esta perspectiva parece mejor para la estabilidad y continuidad de las democracias liberales escuchar qué dice y, además de desenmascarar sus muchas mentiras, abandonar la superioridad moral y el paternalismo y afrontar algunas de las cuestiones que enarbola y que preocupan a la sociedad, aunque sean incómodas. Y eso no es hacer el juego a la extrema derecha, eso es ser responsivo y responsable.

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