Limón y vinagre

Amparo Rubiales se cae de la última liana

Si dimitió como presidenta del PSOE de Sevilla fue por las presiones del partido: es uno de esos seres de luz cegadora y soberbia sectaria que no se arrepienten de nada

Archivo - Amparo Rubiales, hasta hoy presidenta del PSOE de Sevilla.

Archivo - Amparo Rubiales, hasta hoy presidenta del PSOE de Sevilla. / EUROPA PRESS - Archivo

Alfonso González Jerez

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El feminismo -como cualquier ideología- puede tener muchas utilidades que, a veces, parecen y son extrañas a su corpus teórico. El feminismo puede ser también una estrategia de supervivencia política en un espacio partidista, siempre que vaya unido a cierta astucia, a la complacencia de los sucesivos líderes, al olfato para incluir cuál es el mejor cargo en cada momento. Los cargos son como las lianas tarzanescas: hay que saber elegir la mejor, no sólo la más sólida, sino la que nos pueda acercar a la siguiente liana. Claro que más tarde o más temprano la liana se rompe y caes al vacío. 

Es lo que le ha pasado a Amparo Rubiales, presidenta del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de Sevilla, que llamó judío a un político de origen sefardita, Elías Bendodo, del Partido Popular. Es lo que tiene, además, acostumbrarse a soltar descalificaciones tabernarias en Twitter desde una estratosfera política y moral absolutamente imaginaria y que cabe (más o menos) en una frase: «Mi gran aportación política es haber servido de espejo para otras mujeres». ¡Arsa!

Rubiales fue una de las pocas feministas que se proyectaron como líderes en el PSOE de Andalucía a principios de los años ochenta del siglo pasado. Por entonces, el partido, por supuesto, ni siquiera se definía como feminista. Hija de un padre magistrado y una madre muy rezadora que acumulaban un buen patrimonio, nació en Madrid, pero ya como estudiante universitaria se trasladó a Sevilla, donde se licenciaría y doctoraría en Derecho. Suele decir que en su tesis doctoral habló «del federalismo, cuando nadie lo hacía aún en este país». Bueno, nadie no. Un joven profesor procedente de la isla de La Gomera, Gumersindo Trujillo, se doctoró en 1963 con una tesis doctoral titulada 'El federalismo español. Contribución al estudio de la ideología federal'. 

Pero eso le pasa mucho a Rubiales. Desde sus años leninistas dispone de una memoria que sabe olvidar lo que le conviene. En 1975 entró en el Partido Comunista de España (PCE), pero no se le conoce ningún dato sobre esa militancia clandestina. Ya con una plaza de profesora titular de Derecho Administrativo comienza a militar en el PSOE, en 1982. Los socialistas necesitaban urgentemente alimentar listas y consolidar a su personal político, y Rafael Escudero la fichó como consejera de Presidencia de la Junta de Andalucía. Durante los siguientes treinta y pico años, Rubiales demostró una habilidad política notable en un contexto en el que las mujeres no llegaban a un 25% de la militancia. Así que lo fue casi todo, como ocurrió después con Micaela Navarro: concejal en el Ayuntamiento de Sevilla, diputada en el Congreso de los Diputados y su vicepresidenta segunda, delegada del Gobierno en Andalucía, diputada en el Parlamento de Andalucía, senadora, consejera del Consejo Consultivo de Andalucía y consejera electiva del Consejo de Estado.

Supervivencia política

Aunque insista una y otra vez en sus convicciones feministas, en realidad su larga y exitosa supervivencia política se debe, como ocurre en cualquier ecosistema partidario, a la intuición de colocarse a favor del viento y a demostrar una lealtad canina a los jefes de la tribu. Es significativo que la única líder andaluza con la que no se ha llevado bien en el PSOE andaluz sea Susana Díaz. Sí, curiosamente, una mujer. Una mujer de una generación posterior y nacida ya en el seno del régimen que montó el PSOE andaluz -con unas profundas raíces clientelares- y para el que Rubiales tanto trabajó. 

Cuando Díaz intentó desplazar a Pedro Sánchez, la experimentada socialista supo a quién apoyar: no a la mujer andaluza, sino al señor madrileño. E incluso le tuiteó algún dardo envenenado perfectamente superfluo. Tampoco mostró arrepentimiento alguno al llamar nazi a un judío. Si Rubiales dimitió como presidenta del PSOE de Sevilla (su penúltimo cargo honorario con cerca de 80 años) fue como resultado de las presiones de las jerarquías del partido. Es dudoso que se arrepienta. Es uno de esos seres de luz cegadora y soberbia sectaria que no se arrepienten de nada. 

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