Contra la unidad de la izquierda
La unión de la izquierda es el sueño húmedo de sus votantes, más preocupados por el todo que por las partes. Lo que parece que no comprenden es que la distancia entre el programa y las personas, en esos partidos, es sideral.
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
La unidad de la izquierda es un mantra sin sentido. Y unos "intelectuales" (Duval, Rozalén, Carlos Bardem, etc) han firmado un manifiesto a favor. Le ponen mucha épica, es decir cursilería, para decir que es necesario que Unidas Podemos y Sumar vayan juntos a las elecciones. Que lo hagan: a mí me gustan los culebrones y eso daría mucho material. Podrían bautizar el resultado con el nombre de Izquierda Unida y cerrar el círculo de la irrelevancia. Pero no estoy convencido de que sea una buena idea si pienso en los intereses de la izquierda. La unión sólo beneficiaría a Podemos, un partido que amasó cinco millones de votos y ahora está al borde de la desaparición. Quieren montar a su cúpula en un vehículo que todavía esté en condiciones de moverse, pero Yolanda Díaz, como Mamá Ladilla, está cantando lo de “sube a mi nave (tu amiga gorda no cabe)”, y nanai. Sabe que hay personas en Podemos capaces de hundir a Sumar por sí mismas. Personas de trato muy difícil, arrogantes, que establecen relaciones tóxicas. Además, las ministras de Podemos son material radiactivo para parte de los votantes potenciales de Sumar.
La única razón para apoyar ese loco proyecto de unión es de orden pragmático y cortoplacista: la ley electoral castiga las escisiones, punto. Pero ¿qué pasa al día siguiente de las elecciones? ¿Cómo podría funcionar un grupo así? Sumar es un conjunto de gente que detesta a Podemos, y Podemos un conjunto de gente que detesta a Sumar. Lo que proponen los intelectuales orgánicos es que papá y mamá vuelvan a vivir juntos en la misma casa aunque papá le pega puñetazos a mamá y mamá le pone matarratas a papá en la sopa. Un casamiento entre enemigos, al estilo de Juego de Tronos. Puñaladas palaciegas como condición de partida.
La unión de la izquierda es el sueño húmedo de sus votantes, más preocupados por el todo que por las partes. Lo que parece que no comprenden es que la distancia entre el programa y las personas, en esos partidos, es sideral. Para esos partidos, lo personal es político. Allí han follado, amicado y traicionado. Hay cuernos y navajazos furtivos. Hay gente que no se dirige la palabra. Rafa Mayoral, el otro día en Canal Red, escupía bilis cada vez que el nombre de Yolanda Díaz aparecía en su boca. Decía que había que unirse, sí, ¡pero cómo lo decía! Freud habló de esto: lo llamaba el narcisismo de las pequeñas diferencias.
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