La hoguera

El malagueño y la bomba atómica

El libro de Agustín Rivera sobre los supervivientes de Hiroshima no solo conmueve e informa, sino que nos recuerda que es posible la empatía y el reconocimiento entre diferentes

Los líderes del G7 visitan el Memorial Park para las víctimas de la bomba atómica en Hiroshima, entre protestas

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Juan Soto Ivars

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Todo el mundo sabe lo que pasó en agosto de 1945 en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Todo el mundo sabe lo que ocurre con la gente tras la explosión de un artefacto nuclear. Todo el mundo ha oído hablar del cáncer, de las quemaduras que no sanan, de las enfermedades congénitas. La gente está familiarizada con ello, y el hongo atómico forma parte de la cultura pop. Algunos incluso habrán leído 'Lluvia negra', el relato abrasado de Masuji Ibuse sobre las consecuencias inmediatas de la bomba y el tabú que rodeaba como una nube de radiación a los supervivientes. Y sabemos quién es Godzilla. Y la expectación es grande alrededor de la película de Christophe Nolan sobre Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, quien vivió sus días tras el verano del 45 lidiando con el sentimiento de culpa. Pero, dado que el periodismo suele abandonar el lugar de la catástrofe rápidamente, pocos conocerán los complejos entresijos humanos, las historias de largo recorrido que surgieron como un remolino de ceniza de los cráteres de las explosiones. Pocos periodistas se han tomado la molestia de hablar a fondo con los supervivientes, con sus hijos y nietos, muchos años después. Y eso es lo que ha hecho precisamente un periodista español, el malagueño Agustín Rivera. Fue corresponsal en Japón, pero es por encima de eso enamorado del país. Su libro 'Hiroshima: testimonio de los últimos supervivientes' se acaba de publicar en Kailas.

Reconocimiento entre diferentes

En las páginas aparecen las otras consecuencias del ataque estadounidense contra las dos ciudades: las humanas, las familiares, las civilizatorias. ¿No es curioso que el único país que ha recibido un ataque nuclear terminara siendo no solo aliado del único país que ha empleado estas armas contra humanos, sino una de las naciones más prósperas y pujantes del planeta? ¿No es curioso, sobre todo visto desde la perspectiva de un país que parece incapaz de perdonarse por una guerra civil de hace casi cien años, que en Japón el rencor de los supervivientes casi brille por su ausencia?

Rivera pregunta, escucha y transcribe en esta obra repleta de cariño, de curiosidad y respeto. En tiempos cejijuntos, replegados, identitarios y tribalistas, su libro no solo conmueve e informa, sino que nos recuerda algo esencial: es posible la empatía y el reconocimiento entre diferentes. Y un malagueño está tan legitimado para escribir de Japón como un japonés.

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