#MeeToo en la universidad

Protocolos contra el acoso sexual que no funcionan

Hay universidades que piensan, más que en proteger a las víctimas, en proteger a unos acosadores que dan poder a la propia academia

La mitad de las empresas carece de protocolo contra el acoso sexual, pese a ser obligatorio

La mitad de las empresas carece de protocolo contra el acoso sexual, pese a ser obligatorio

Ana Bernal-Triviño

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En los meses del #MeToo, cuando el feminismo se hizo más fuerte y unido, diversas entidades implantaron protocolos contra el acoso sexual o mejoraron sus planes de igualdad. Desde instituciones superiores como el Parlamento Europeo hasta universidades. Parecía un paso más pero, después de ver a veces cómo se usan también estas cuestiones para hacerse la foto de turno y que luego quede todo en papel mojado, había que ser prudente en las intenciones. Las víctimas que ahora hablan demuestran que muchos de esos protocolos no fueron más que un brindis al sol.  

De esto es de lo que estamos muy cansadas, en la universidad y en otros espacios. El negacionismo ha vendido la propaganda, que también ha calado entre la juventud, de que las mujeres que denuncian pueden hacerlo en falso, que son unas estrechas, que malinterpretan gestos, que arruinan la carrera de los hombres y otras justificaciones mezquinas. Han creado unos bulos que merman el apoyo social de las víctimas y, en este clima, es complicado hablar cuando además hay una dependencia económica a ese trabajo. Cuando se sigue pidiendo igualdad es justo por esto también. Porque frente a esas fotos y comunicados de prensa donde muchas universidades decían crear protocolos, han demostrado que era una teoría que no saben o no han querido poner en práctica.

Situación de poder

Y el problema siempre reside en el fondo del acoso sexual: es una situación de poder. Hemos visto en diferentes disciplinas cómo hay nombres que parecen intocables, otros aún impronunciables, otros que son aplaudidos a pesar de asumir que ocurrió (como Plácido Domingo) y otros, ante la avalancha de pruebas, tuvieron su condena (como Harvey Weinstein). En el ámbito universitario pasa igual, y en dos planos: que el acosador sea tu docente, o bien tu jefe. 

En este diario hemos podido leer testimonios de víctimas que decepcionan en cuanto a la relativa y laxa respuesta de sus universidades y, a la vez, nos llenan de impotencia por la injusticia. De muchas de las palabras de estas afectadas se desprende lo de siempre: que hay universidades que piensan más en el poder. O que piensan, más que en proteger a las víctimas, en proteger a unos acosadores que dan poder a la propia academia.

Cada año vemos cómo la reputación de las universidades es analizada en 'rankings', cómo la vida docente y académica es una carrera de fondo, cómo esa trayectoria depende de índices, del número de citas por artículo, de revistas de impacto, de grupos de investigación con más o menos presupuesto. El factor económico cuenta mucho en ese rendimiento. Estar mejor situado en esa carrera profesional da más poder en los departamentos y a más poder, más consideración de las universidades hacia sus referentes. 

Y es eso lo que más denuncian los testimonios de las víctimas. Que hay protocolos contra el acoso sexual pero son ellas las que, después de denunciar, han tenido que cambiarse de despacho o trasladarse de universidad. Han notado compañeros que les han dado la espalda porque les conviene más trabajar con el poder. Han visto cómo no firman con ellas artículos académicos imprescindibles o cómo sus firmas van relegadas al final. Han dejado de ir a congresos académicos por temor a coincidir con sus acosadores o tienen miedo de encontrarlos en un ascensor o un comedor… Mientras, ellos, han dado acaso unas disculpas, han tenido un expediente interno ya cerrado y poco más. Mantienen, en una amplia mayoría, su poder.

La universidad debe ser un ejemplo social. Las que lo hagan mal incluso manchan el nombre de las que lo hagan bien, marcando a la institución como una zona de impunidad. De ella salen los profesionales del futuro. Y como tal deben hacer autocrítica y no tolerar que ellas vean cómo sus instituciones les dan la espalda, cómo son cómplices de la pérdida de talento y de frenar sus carreras académicas en contra de la igualdad de oportunidades. Y ojo con el mensaje. Si en las cúpulas eso ocurre, el alumnado hombre aprenderá que siempre tendrán carta blanca en sus trabajos y ellas verán el precio que pagarán si piden ayuda. Hay algo más importante que el 'ranking' de una universidad: no encabezar un 'ranking' de acosadores y de víctimas que, como sociedad, da vergüenza.

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