Opinión | APUNTE
Espanyol-Barça: De provocaciones y demás

Los jugadores del Barça corren hacia los vestuarios al ver la invasión de campo de seguidores blanquiazules tras su celebración del título de liga en el RCDE Stadium / JORDI COTRINA
Cómo se atrevieron. Qué ultraje. Salieron al campo y ganaron al equipo local. La victoria les daba un título y su osadía fue querer celebrarlo ¿Que no sabían que jugaban contra el rival de su ciudad? Lo mejor para que no hubiera incidentes, lo aconsejable era incluso que ganara el equipo local. Y se atrevieron a llevarse la victoria. Qué desfachatez.
Ridículo, ¿verdad? Ni siquiera fue un derbi caliente. Tampoco la celebración de la Liga sobre el césped apuntaba a ser nada del otro mundo, pero por lo visto, esa sardana fue excesiva. Los abrazos tienen un pase, el corro de la patata es un insulto.
Una imagen vergonzosa
Hubo aficionados pericos molestos, y luego hubo unos energúmenos, unos inadaptados, que canalizaron su ira saltando al terreno de juego detrás de los jugadores del Barça. Dejaron para la historia una imagen vergonzosa, indigna e impropia del siglo XXI. Daña la reputación del club que dicen defender, la de la competición y nos retrata como sociedad.
De hecho, ya es una derrota en sí que la recomendación de los Mossos fuera evitar celebraciones sobre el césped. Quizás sería lo más cómodo para ellos, pero aceptarlo supone ceder ante la presión de esos bárbaros. Si la previsión es que, ante una celebración por un título, un grupo de radicales violentos pueden provocar incidentes, quizás la solución es que éstos no ingresen en el estadio. Porque ante un delito, la culpa no se debe fijar jamás sobre la víctima.
Centrarse en los agresores
Y mientras revisan si el dispositivo de seguridad fue el oportuno, haría bien el Espanyol en centrarse en los agresores. Esos que tienen dentro de casa, esos con los que a menudo son condescendientes. Que son una minoría, sí, pero ruidosos.
La complicidad de sus dirigentes e incluso de parte de sus aficionados les permite seguir haciendo de las suyas. Porque si no les trataran con indulgencia, quizás se sentirían menos arropados. Los que saltaron, los que los coreaban y los mismos que en su día afirmaron que Shakira era de todos. Porque ella también les provocaba, por lo visto.
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