La historia de un dueño
En cinco minutos, supe más de él que de algunos primos con los que no me hablo
Me compré 'Dolores Claiborne', de Stephen King, a la vez que 'El juego de Gerald', 'Un saco de huesos', 'El cazador de sueños' y 'Las cuatro después de medianoche', todos de segunda mano. No sé qué perra me entró de repente con Stephen King la semana pasada. Cuando encontré el momento idóneo, los fui abriendo uno por uno, para leer cómo empezaban, a quién se los dedicaba el autor, qué citas de otros autores contenían al principio. En fin, lo que haces con un libro cuando lo compras y no piensas leerle todavía. Al llegar el turno de 'Dolores Claiborne', en una edición de Círculo de Lectores del año 94, me encontré un par de tarjetas recuerdo de una primera comunión entre sus páginas. En una aparecía el dibujo de un niño sujetando un cáliz, y en la otra estaba impreso el Padre Nuestro. En ambas se recogía el nombre del niño que hacía la comunión, la parroquia del País Vasco en la que tuvo lugar la ceremonia, y la fecha: junio del 96.
Me leí las dos páginas de la novela entre las que estaban las tarjetas, en las que Dolores Claiborne presta testimonio ante varios agentes de policía de la isla de Little Tall y le dice a una de ellos: «Si necesitas que hable más alto, o más despacio, solo tienes que decírmelo. No seas tímida conmigo. Quiero que cojas palabra por palabra, empezando por esto: hace veintinueve años, cuando el señor Bissette, ahora jefe de la policía, todavía iba a primer curso y se le enganchaban los pantalones, yo maté a mi marido, Joe St. George». Me pareció muy propio de Stephen King ese momento. No solo semejante confesión al principio de la novela, sino que justo hubiesen ido a dar a ese párrafo las tarjetas de la comunión de un inocente niño.
No supe resistirme a escribir su nombre en Google. La búsqueda me condujo a Infojobs, donde supe que aquel chaval tiene ahora 36 años, y que estudió electricidad y electrónica, y es operador de transpaleta, de carretillas y plataformas elevadoras, así como de puentes de grúas. Después acudí a Facebook y descubrí que además tiene dos hijas y que le encanta viajar: ha estado en Nueva York, Viena, Roma, San Francisco, Río de Janeiro, Londres, Florencia... En cinco minutos, supe más de él que de algunos primos con los que no me hablo.
Intercambios
Pude haberlo dejado ahí, y ponerme con la novela, pero ni eso supe hacer: tuve que escribirle por Messenger para preguntarle si le gustaría recuperar las tarjetas. Yo no tengo las mías, y me alegro por ello, pero quizás él desease recuperarlas, aunque fuese para quitarlas de la circulación. Enseguida me respondió: sí, las quería, gracias. Solo le pedí que, a cambio, me contase cómo habían podido acabar en mis manos, perdidas en un libro de Stephen King. Solo se le ocurrió que, en los muchos intercambios de libros que él y sus hermanos hacían entre ellos, alguno, al cabo de los años, hubiese vendido un lote, en el que justo se coló 'Dolores Claiborne', y en su interior las tarjetas. Fuese lo que fuese, a veces lo libros terminan por contarnos su historia y sin querer la historia del dueño.
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